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Mostrando las entradas etiquetadas como sueño

Espiral - Enrique Anderson Imbert

Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo obscuro. Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?», exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que er...

El Año 2000 - Robert Abernathy

  La mañana del Año Nuevo fue clara y fría. El sol subió y brilló, y respondiendo a esta insinuación de calor, la estación de calefacción urbana despertó con un rugido ahogado. Unas corrientes tibias fluyeron a lo largo de las calles, fundiendo la escarcha que dio al aire de la noche un saludable sabor invernal y unos niños corrieron con trineos nuevos al parque profundamente helado, a patinar y a hacer hombres de nieve. Joe Bloak abrió un ojo y en seguida el otro. Pensó confusamente pero sin melancolía, que la fiesta de la noche anterior tuvo que ser en realidad notable. No sólo se celebró la llegada de un nuevo año, sino también la de un nuevo siglo y un nuevo milenio: ¡El año 2000! (¿No insistió quejosamente un borracho que estaban apresurándose, que el milenio comenzaba el 1 de enero del 2001? Las cornetas y las serpentinas ahogaron sus protestas.) La manta eléctrica cibernética detectó el humor de Joe, que oscilaba entre la pereza y el deseo de actividad. Se desconectó de buen...

El enemigo - Antón Chéjov

Es de noche. La criadita Varka, una muchacha de trece años, mece en la cuna al nene y le canturrea:   «Duerme, niño bonito, que viene el coco...»   Una lamparilla verde encendida ante el icono alumbra con luz débil e incierta. Colgados a una cuerda que atraviesa la habitación se ven unos pañales y un pantalón negro. La lamparilla proyecta en el techo un gran círculo verde; las sombras de los pañales y el pantalón se agitan, como sacudidas por el viento, sobre la estufa, sobre la cuna y sobre Varka.   La atmósfera es densa. Huele a piel y a sopa de col.   El niño llora. Está hace tiempo afónico de tanto llorar; pero sigue gritando cuanto le permiten sus fuerzas. Parece que su llanto no va a acabar nunca.   Varka tiene un sueño terrible. Sus ojos, a pesar de todos sus esfuerzos, se cierran, y, por más que intenta evitarlo, da cabezadas. Apenas puede mover los labios, y se siente la cara como de madera y la cabeza pequeñita cual la de un alfiler.   «Duerme, ni...

De padre a hijo - Italo Calvino

Pocos bueyes, en nuestros pagos. No hay prados donde pastar, ni campos grandes para arar: sólo ortigas para el ramoneo y breves franjas de una tierra que únicamente se rompe con la zapa. Además los bueyes y las vacas, anchos y plácidos como son, desentonarían en estos valles angostos y abruptos; aquí hacen falta animales flacos, puro tendón, que anden por las piedras: mulas y cabras. El buey de los Scarassa era el único de la quebrada y no desentonaba: era más fuerte y dócil que un mulo, un pequeño buey rechoncho y robusto, de carga; se llamaba Morettobello. Los dos Scarassa, padre e hijo, se ganaban la vida con el buey, haciendo viajes para los diversos propietarios del valle, llevando los sacos de trigo al molino, o las hojas de palma a los floristas, o las bolsas de abono de la cooperativa. Aquel día Morettobello se balanceaba bajo la carga equilibrada en los dos extremos de la albarda: leña de olivo para vender a un cliente de la ciudad. De la anilla que atravesaba las narices neg...

El patio cuadrado - Amparo Dávila

Atardecía y desde el patio descubierto se podía ver un crepúsculo tan enrojecido como un incendio o como un mar de púrpura. Era uno de esos patios de provincia, cuadrados, con corredores y habitaciones a cada lado. Horacio estaba junto a mí mirando el atardecer, y en los rincones de los corredores unos embozados permanecían replegados y quietos como si fuera un coro secundario; un acompañamiento en sordina, o a sotto voce .  No sé si sería por aquel ocaso ensangrentado o porque era esa hora de la tarde en que uno se siente especialmente triste que ninguno de los dos hablábamos. De pronto descubrí la silueta de un hombre que se recortaba contra el fondo rojísimo del cielo como un puñal negro, clavado en el borde mismo de la cornisa del patio. Un mínimo impulso bastaba para q ue se precipitara al vacío. —Se va a matar —le dije a Horacio. —Se va a matar —dije de nuevo, porque el hombre permanecía sin dar un paso atrás, como si estuviera resuelto a lanzarse. Busqué con la mirada ...

La noche de los cincuenta libros - Francisco Tario

De pequeño era yo esmirriado, granujiento y lastimoso. Tenía los pies y las manos desmesuradamente largos; el cuello, muy flaco; los ojos, vibrantes, metálicos; los hombros, cuadrados, pero huesosos, como los brazos de un perchero; la cabeza, pequeña, sinuosa. Mis cabellos eran ralos y crespos y mis dientes amarillos, si no negros. Mi voz, excesivamente chillona, irritaba a mis progenitores, a mis hermanos, a los profesores de la escuela y aun a mí mismo. Cuando tras un prolongado silencio —en una reunión de familia, durante las comidas, etcétera—, rompía yo a hablar, todos saltaban sobre sus asientos, cual si hubieran visto al diablo. Después, por no seguir escuchándome, producían el mayor ruido posible, bien charlando a gritos o removiendo los cubiertos sobre la mesa, los vasos, la loza... Tenía yo una hermanita que ha muerto y que solía importunarme siete u ocho veces diarias: —Roberto, ¿por qué me miras así? Recuerdo sus ojazos claros, redondos, como dos cuentas de vidrio, y ...