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Adiós, Mr. Bliss - Joseph Payne Brennan

      El 30 de junio, un día antes de que la Biblioteca Lockridge cerrara sus puertas durante los meses de verano, Mr. Bliss, bibliotecario jefe, hizo acudir a su despacho a Miss Quinby para informarla de que sus servicios no serían ya necesarios al terminar el año. Miss Quinby se sentó en silencio, con los fatigados ojos llenos de lágrimas. Había servido fielmente a la Biblioteca Lockridge por espacio de treinta y cinco años. Al cabo de otros cinco años hubiera podido jubilarse con una pensión. Mr. Bliss jugueteó con su pisapapeles. —No hay por qué tomárselo así, Miss Quinby. Tiene usted seis meses para encontrar otro empleo. Con su experiencia, estoy convencido de que no será problema. Miss Quinby no dijo nada. Mr. Bliss carraspeó. Su voz sonó ligeramente irritada. —En realidad, creo que me estoy portando de un modo muy generoso con usted. Tendrá sus dos meses de vacaciones pagadas, y luego otros cuatro meses para buscar empleo. Seguramente… —Preferiría q...

Desaparición - Joseph Payne Brennan

     En la época de la desaparición de Dan Mellmer se daba el caso de que me habían nombrado comisario, y el sheriff Kellington me pidió que le acompañara cuando se dirigió a la casa de los Mellmer para investigar. Los dos pensábamos que lo más probable era que se tratara de un asesinato. Los dos hermanos Mellmer, Dan y Russell, se habían peleado continuamente durante muchos años. No era un secreto para nadie que se odiaban mutuamente. Permanecían juntos en la gran hacienda porque la habían heredado conjuntamente y porque cada uno de ellos era demasiado testarudo para vender su parte al otro y marcharse. Dan amenazó con irse en más de una ocasión —después de haber quemado todos los edificios de la hacienda—, pero nadie creía que se hubiera decidido a hacerlo. Pero quizá se había marchado sin cumplir su amenaza de prenderle fuego a todo. O esto, o Russell le había asesinado. Por el camino, el sheriff Kellington admitió que más de una vez había pensado que la situa...

La Cruz Azul - G. K. Chesterton

Bajo la cinta de plata de la mañana, y sobre el reflejo azul del mar, el bote llegó a la costa de Harwich y soltó, como enjambre de moscas, un montón de gente, entre la cual ni se distinguía ni deseaba hacerse notable el hombre cuyos pasos vamos a seguir.             No; nada en él era extraordinario, salvo el li­gero contraste entre su alegre y festivo traje y la seriedad oficial que había en su rostro. Vestía un chaqué gris pálido, un chaleco, y llevaba som­brero de paja con una cinta casi azul. Su rostro, delgado, resultaba trigueño, y se prolongaba en una barba negra y corta que le daba un aire espa­ñol y hacía echar de menos la gorguera isabelina. Fumaba un cigarrillo con parsimonia de hombre desocupado. Nada hacia presumir que aquel cha­qué claro ocultaba una pistola cargada, que en aquel chaleco blanco iba una tarjeta de policía, que aquel sombrero de paja encubría una de las cabezas más potentes de Europa. Porqu...