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Jefes descarriados - Fritz Leiber

Cuando la encargada jefe del Departamento de Matemáticas llegó para programar la Gran Computadora en una soleada mañana de primavera, gruesas franjas de crema blanca le surcaban la cara, especialmente debajo de la nariz y bajo los ojos, siguiendo la curva de los pómulos. Era de conocimiento general que el Jefe de dicho departamento no esquiaba ni practicaba deportes náuticos. Después de dejar durante dos horas que todos se rompieran la cabeza respecto al motivo de sus adornos faciales, declaró que iba a realizar un viaje orbital para asistir a una convención de matemáticos en las antípodas, y no quería recibir quemaduras a causa de la intensa luz espacial. Pero eso no explicaba el motivo que tuviera justamente tres manchas más acentuadas debajo de cada uno de los ojos. Durante la comida con su jefe adjunto en el Club Cuadrángulo, admitió, al cabo de un momento, mientras suspiraba y se encogía de hombros, que los círculos de color violeta y del tamaño de una moneda que cubrían su rostro...

Repuestos, repuestos - Carlos D. J. Vázquez

Agazapado junto a la viga, esperó oculto entre las largas sombras de las chimeneas. Tenía los miembros entumecidos y el frío comenzaba a calarle los huesos. Encendió el protector térmico del traje y unos segundos después se sentía mucho más cómodo, reconfortado. La luna, detrás del humo y las nubes, lo espiaba desde un charquito olvidado por la última lluvia. Transcurrieron tres horas antes de que pasara algo. Una sombra abrió la puerta que daba a la escalera del edificio y con tranquilidad se dirigió al pequeño vehículo que lo esperaba levitando unos metros sobre la azotea. La esfera luminiscente que llevaba en sus manos alcanzaba a acariciar su rostro con un brillo espectral. El siguió esperando, conteniendo la respiración para no delatarse. Cuando ese alguien estuvo lo suficientemente cerca, disparó. La descarga envolvió al ladrón, que se sacudió espasmódicamente hasta quedar inmovilizado. Avanzó y le quitó la esfera. En su interior había lo suficiente como para vaciar la bitl...

No tengo boca y debo gritar - Harlan Ellison

     El cuerpo de Gorrister colgaba, fláccido, en el ambiente rosado; sin apoyo alguno, suspendido bien alto por encima de nuestras cabezas, en la cámara de la computadora, sin balancearse en la brisa fría y oleosa que soplaba eternamente a lo largo de la caverna principal. El cuerpo colgaba cabeza abajo, unido a la parte inferior de un retén por la planta de su pie derecho. Se le había extraído toda la sangre por una incisión que se había practicado en su garganta, de oreja a oreja. No habían rastros de sangre en la pulida superficie del piso de metal. Cuando Gorrister se unió a nuestro grupo y se miró a sí mismo, ya era demasiado tarde para que nos diéramos cuenta de que una vez más, AM nos había engañado, había hecho su broma, su diversión de máquina. Tres de nosotros vomitamos, apartando la vista unos de otros en un reflejo tan arcaico como la náusea que lo había provocado. Gorrister se puso pálido como la nieve. Fue casi como si hubiera visto un ídolo de vudú y se ...