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Mostrando las entradas etiquetadas como suicidio

Repuestos, repuestos - Carlos D. J. Vázquez

Agazapado junto a la viga, esperó oculto entre las largas sombras de las chimeneas. Tenía los miembros entumecidos y el frío comenzaba a calarle los huesos. Encendió el protector térmico del traje y unos segundos después se sentía mucho más cómodo, reconfortado. La luna, detrás del humo y las nubes, lo espiaba desde un charquito olvidado por la última lluvia. Transcurrieron tres horas antes de que pasara algo. Una sombra abrió la puerta que daba a la escalera del edificio y con tranquilidad se dirigió al pequeño vehículo que lo esperaba levitando unos metros sobre la azotea. La esfera luminiscente que llevaba en sus manos alcanzaba a acariciar su rostro con un brillo espectral. El siguió esperando, conteniendo la respiración para no delatarse. Cuando ese alguien estuvo lo suficientemente cerca, disparó. La descarga envolvió al ladrón, que se sacudió espasmódicamente hasta quedar inmovilizado. Avanzó y le quitó la esfera. En su interior había lo suficiente como para vaciar la bitl...

Para noche de insomnio - Horacio Quiroga

  A todos nos había sorprendido la fatal noticia; y quedamos aterrados cuando un criado nos trajo -volando- detalles de su muerte. Aunque ha­cía mucho tiempo que notábamos en nuestro amigo señales de desequili­brio, no pensamos que nunca pudiera llegar a ese extremo. Había llevado a cabo el suicidio más espantoso sin dejarnos un recuerdo para sus amigos. Y cuando le tuvimos en nuestra presencia, volvimos el rostro, presos de una compasión horrorizada. Aquella tarde húmeda y nublada hacía que nuestra impresión fuera más fuerte. El cielo estaba lívido, y una neblina fosca cruzaba el horizonte. Condujimos el cadáver en un carruaje, apelotonados por un horror creciente. La noche venía encima; y por la portezuela mal cerrada caía un hilo de sangre que marcaba en rojo nuestra marcha. Iba tendido sobre nuestras piernas, y las últimas luces de aquel día amarillento daban de lleno en su rostro violado con manchas lívidas. Su cabeza se sacudía de un lado para otro. A cada golpe en el a...

Estaré esperando - Raymond Chandler

Era la una de la madrugada cuando Carl, el portero nocturno, apagó la última de las tres lámparas de mesa del vestíbulo principal del hotel Windermere. El azul de la alfombra se oscureció un par de tonos y las paredes retrocedieron hasta hacerse distantes. Las sillas se llenaron de sombras perezosas. Los recuerdos pendían como telarañas en los rincones. Tony Reseck bostezó. Ladeó la cabeza y escuchó la frágil, nerviosa música que salía de la sala de radio situada detrás del pequeño arco en que terminaba el vestíbulo. Frunció el ceño. Aquélla debería ser su sala de radio, a partir de la una de la madrugada. Nadie debería estar en ella. Aquella pelirroja le destrozaba las noches. Desapareció el frunce y una sonrisa en miniatura se le dibujó en las comisuras de la boca. Aflojó los músculos. Era un hombre de edad madura, bajito, pálido, barrigudo, de largos y delicados dedos ahora asidos al diente de alce de la cadena de su reloj; dedos largos y delicados, de ilusionista, dedos de uñas...