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El hombre que amó a las Nereidas - Marguerite Yourcenar

Estaba de pie, descalzo entre el polvo, el calor y los hedores del puerto, bajo el deteriorado toldo de un café donde unos cuantos clientes se habían desplomado en las sillas con la vana esperanza de protegerse del sol.  Los pantalones, viejos y rojizos, apenas le llegaban a los tobillos y el huesecillo puntiagudo, la arista del talón, las plantas largas y llenas de callosidades y escoriaduras, los dedos flexibles y táctiles, pertenecían a esa raza de pies inteligentes, acostumbrados al contacto del aire y del sol endurecidos por las asperezas de las piedras, que aún conservan en los países mediterráneos algo de la libre soltura del hombre desnudo en el hombre vestido. Pies ágiles, tan diferentes de los torpes soportes encerrados en los zapatos del norte...  El azul desvaído de su camisa armonizaba con las tonalidades del cielo desteñido por la luz del verano; sus hombros y omoplatos se vislumbraban por los rotos de la tela como descarnadas rocas; tenía las orejas un poco alar...

Nuestra Señora de las Golondrinas - Marguerite Yourcenar

El monje Therapion había sido en su juventud el discípulo más fiel del gran Atanasio; era brusco, austero, dulce tan sólo con las criaturas en quienes no sospechaba la presencia de los demonios. En Egipto había resucitado y evangelizado a las momias; en Bizancio había confesado a los Emperadores: había venido a Grecia obedeciendo a un sueño, con la intención de exorcizar a aquella tierra aún sometida a los sortilegios de Pan.  Se encendía de odio cuando veía los árboles sagrados donde los campesinos, cuando enferman de fiebre, cuelgan unos trapos encargados de temblar en su lugar al menor soplo de viento de la noche; se indignaba al ver los falos erigidos en los campos para obligar al suelo a producir buenas cosechas, y los dioses de arcilla escondidos en el hueco de los muros y en la concavidad de los manantiales.  Se había construido con sus propias manos una estrecha cabaña a orillas del Cefiso, poniendo gran cuidado en no emplear más que materiales bendecidos.  Los ca...