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El viaje - Úrsula K. Le Guin

 Mientras tragaba la substancia supo que no debía tragarla, lo supo con seguridad, de la misma manera que un conductor ve venir un camión en línea recta hacia él a 110 km/h. Repentinamente, íntimamente, finalmente.  La garganta se le cerró, el plexo solar se le anudó como una anémona marina, pero ya era muy tarde. No te puedes permitir tener miedo. El miedo lo enreda todo, y manda a aquellos pocos infelices, un porcentaje muy pequeño, al depósito loco, a agacharse en los rincones sin decir palabra... No hay nada que temer con excepción del temor. Sí señor. Sí señor don Roosevelt señor. Lo que hay que hacer es relajarse. Pensar cosas agradables. Si la violación es inevitable... Contempló a Rich Harringer mientras abría su pequeño paquete (compuesto con precisión y envuelto higiénicamente por un par de tipos que cursaban la escuela primaria de química gracias al método americano aprobado de la empresa libre; sin duda algo ilegal pero eso no es raro en América donde tan pocas cos...

Historia del demoniaco pacheco - Jan Potocki

  —Nací en Córdoba, donde mi padre vivía en una situación más que holgada. Mi madre murió hace tres años. Mi padre pareció primero echarla mucho de menos, pero, al cabo de algunos meses, con ocasión de un viaje que hizo a Sevilla, se enamoró allí de una joven viuda, llamada Camila de Tormes. Esa persona no gozaba de muy buena reputación, y varios de los amigos de mi padre trataron de alejarlo de su trato; mas, a pesar de las molestias que ellos se tomaron, la boda se celebró dos años después de la muerte de mi madre. La ceremonia se hizo en Sevilla, y, al cabo de unos cuantos días, mi padre volvió a Córdoba, con Camila, su nueva mujer, y una hermana de Camila, llamada Inesilla. »Mi nueva madrastra respondió perfectamente a la mala opinión que se tenía de ella, y sus comienzos en la casa consistieron en querer inspirarme amor. No lo consiguió. Me enamoré, sin embargo, pero fue de su hermana Inesilla. Mi pasión no tardó en hacerse tan fuerte que fui a arrojarme a los pies de mi pad...

¡Dejadme dormir con mi mujer! - Victoria Robbins

¿Podrán mis palabras describir a Lucía? ¿Hasta qué límites tendría que llegar la prosa que reflejase exactamente la belleza, su lujuria, la pasión de sus besos, el hipnotismo de su mirada, esa morbosa obsesión suya hacia todo lo relacionado con el MÁS ALLÁ, y el grado de esclavitud al que llegó a someterme?  ¿Cómo lograría comunicar el inmenso pavor que me asaltó aquella madrugada cuando, después de una noche interminable esperándola, la vi entrar en nuestro dormitorio hediendo a azufre, y exultando una malignidad infinita, «¡porque acaba de poseerme el Demonio!»? ¿Y seríais capaces vosotros de entender que yo, en lugar de sentirme destruido por los celos, me echase a reír y a abrazarla igual que si me la hubieran devuelto más hermosa que nunca? Sin embargo, antes, la protesta surgió de mi garganta, rabiosa y con pretensiones de ir en aumento, y hasta mis puños se alzaron dispuestos a golpearla. Entonces, sus ojos negros, esos carbúnculos de un fulgor subyugador, me lanzaron un...