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Mostrando las entradas etiquetadas como visita

La visita - Iban Zaldua

Es algo increíble. Los fines de semana. Van por la calle como si no existieran más que ellos, dando codazos, no les importa atropellar a la gente. Hay quien recorre la calle con motocicletas que arman un estruendo de mil demonios. ¡Por una calle peatonal! ¡Y a cualquier hora de la noche! Con sus ropas brillantes, con sus pantalones de cuero. No se volverían a ayudar a un anciano con el que hubieran tropezado. Ni aunque fuera su abuelo. El alcohol les sale por las orejas. Ya a las ocho de la tarde hay muchachitas que apenas tienen edad para pintarse vomitándolo todo contra la pared de casa, ahí abajo, ahí mismo. Una amiga se suele quedar con ellas, les grita a las otras que no sean cabronas, que las esperen, que no ves que Vanessa está muy mal, por culpa de Chemi que se ha puesto así. ¡Por culpa de Chemi! Que ha bebido más cervezas, más ginkases de la cuenta, chata. Y ahí está, dale que te pego, hasta que no le queda nada en el estómago, hipando, llorando, diciendo me quiero volver a ca...

Estocolmo 3 - Amparo Dávila

A pesar de ser otoño hacía un tiempo espléndido la tarde en que yo caminaba por la Colonia Juárez rumbo a la calle de Estocolmo. Allí vivían, en el número 3, desde hacía dos meses, Homero y Betty. Sin embargo, era la primera vez que iba a su nuevo departamento.  Primero había sido la enfermedad de mamá, que me tuvo a su lado todo el tiempo, como sucedía siempre que algo perturbaba su salud, lo que me había impedido visitarlos. Mamá es de esas personas demasiado aprensivas a quienes hay que dedicarse en cuerpo y alma, pues si llegan a sentirse poco atendidas o descuidadas caen en fuertes crisis depresivas que ponen en peligro su recuperación.  Después, por el trabajo rezagado y la intención de ponerlo al corriente se fue pasando el tiempo, y éramos tan amigos que sólo por inconvenientes así se justificaba que hubieran pasado tantos días sin verlos. En el reloj de la Profesa daban las seis de la tarde cuando toqué el timbre de Estocolmo 3. Casi sin aliento llegué hasta el quin...

El pabellón del descanso - Amparo Dávila

Por más que lo intentaba no podía dejar de pensar que todo había comenzado, o se había desencadenado, con la visita de la Nena y de Billy. Angelina se había esforzado demasiado en tener la casa impecable, y todo correctamente organizado para impresionar bien al cuñado norteamericano y que él tuviera la mejor opinión de la familia de su mujer y de su casa.  Cosas como estas son muy importantes al principio del matrimonio, y más si se toma en cuenta que Billy pertenecía, según la Nena le había platicado en sus cartas, a una familia muy distinguida, conservadora y en extremo escrupulosa, que había puesto varias objeciones al matrimonio de Billy y de la Nena, por no saber — ¡claro está!— de qué origen era la Nena, pero que finalmente había tenido que dar su consentimiento.  Ni Angelina ni su tía pudieron asistir a la boda por encontrarse la señora muy delicada de salud en esos días, y ella no se había hecho el ánimo de dejarla enferma y sola.  La Nena se había casado a fines ...