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La catacumba - Peter Shilston

  Estoy relatando esta historia tal como me fue contada. Imaginen si pueden un autocar efectuando la visita de la isla de Sicilia a mediados de agosto, transportando un par de docenas de turistas ingleses de vacaciones, ansiosos de inspeccionar los lugares habituales de interés...  Palermo en dos días, Agrigento en otros dos, Siracusa mereciendo sólo uno, un viaje en telesilla hasta la cima del Etna, y luego de vuelta a casa. El tipo de gente que uno encuentra en tales viajes es invariablemente el mismo: cierto número de maestros de escuela, serias parejas de jubilados, padres que han traído equivocadamente a sus hijos y están empezando a preguntarse por qué no se han ahorrado problemas yendo simplemente a la playa, y un puñado de personas solas sin ningún lazo aparente.  Además, su comportamiento es siempre el mismo: algunos pasan todo el tiempo gruñendo sobre la calidad de los hoteles y la comida, los jóvenes se preguntan por qué no hay chicas jóvenes y atractivas dis...

El perro - Yelinna Pulliti Carrasco

La aguja del medidor cayó y el auto se detuvo. Angello se apeó y le arreó una patada. Acababa de quedarse sin gasolina, hacía un frío endemoniado y, para colmo, estaba a cien kilómetros del área poblada más cercana. —¡Por la grandísima...! Intentó mantener la calma, pero ya le era bastante difícil. Estaba varado junto a un camino solitario en el que, con suerte, vería pasar a alguien después de varios días. No le gustaba la idea de estar en un lugar desconocido sin agua ni comida, rodeado apenas por la hierba seca y un aire capaz de helarle los pulmones, y todo por haberse desviado de la carretera para acortar el trayecto unas pocas horas. —¿Por qué tenía que pasarme esto justo ahora? Se juró nunca más aceptar entregar encomiendas en lugares remotos, sin importar cuánto dinero le ofrecieran. Según sus cálculos, debía estar de regreso en la capital en la madrugada. Unas horas de retraso y eran capaces de acusarlo de robo. Le dio otra patada al auto. Abrió la puerta y se recostó en el as...

Garden Party - Amparo Dávila

El taxi se detuvo frente a una residencia muy iluminada de donde salían música, carcajadas e infinidad de voces. —Son 36.50 —dijo el chofer. —¿Quée di-ce? —preguntó el pasajero con tal extrañeza como si lo sacaran de un profundo sueño. -Que son 36.50 —¿Tre-inn-ta yse-iss cin-cu-enta? ¿De qués-ta-uss-ted ha-blan-do? Yono sé aqué se re-fi-ere. —Mire usted —replicó en tono airado el chofer, viendo cara a cara al hombre—, o me paga los 36.50 de la dejada, o me obligará a usar de éstos: —y le mostró los puños. — ¡Ah...! Sí... lade-ja-da, sí, us-tedd meha-tra-ído    (hip) hass-taquí, ess-ci-erto. El pasajero comenzó entonces a buscar en los bolsillos del saco y después en los de los pantalones, hasta encontrar un billete arrugado que le entregó al chofer. Abrió la portezuela del automóvil y tropezó al poner los pies en el suelo. Con un gran esfuerzo consiguió recuperar el equilibrio y se dirigió a través del jardín hacia la entrada de la mansión. —¡Oiga amigo, aquí e...