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El nombre - Cesare Pavese

Quiénes  eran  mis   compañeros  de  aquellos días, no lo recuerdo. Vivían en una casa del pueblo, me parece, enfrente de la nuestra, algunos muchachos desharrapados -dos-; quizá hermanos. Uno se llamaba Pale, por Pasquale, y podría ser que atribuyera su nombre al otro. ¡Pero eran tantos los muchachos que conocía aquí y allá! Este Pale -muy muy largo, con una boca de caballo- cuando su padre le daba una paliza escapaba de casa y desaparecía por dos o tres días; por lo cual, cuando finalmente aparecía, el padre ya lo estaba esperando con la correa y volvía a despellejarlo, y él escapaba otra vez y su madre lo llamaba en alta voz, maldiciéndolo, desde aquella ventana descascarada que miraba a los prados, a los bosques del río, hacia la boca del valle.  Ciertas mañanas me despertaba el aullido lastimero, cadencioso, de aquella mujer desde aquella ventana. Muchas viejas llamaban así a sus hijos, pero el nombre que hacía enmudecer a todos y que a ciertas ho...

De padre a hijo - Italo Calvino

Pocos bueyes, en nuestros pagos. No hay prados donde pastar, ni campos grandes para arar: sólo ortigas para el ramoneo y breves franjas de una tierra que únicamente se rompe con la zapa. Además los bueyes y las vacas, anchos y plácidos como son, desentonarían en estos valles angostos y abruptos; aquí hacen falta animales flacos, puro tendón, que anden por las piedras: mulas y cabras. El buey de los Scarassa era el único de la quebrada y no desentonaba: era más fuerte y dócil que un mulo, un pequeño buey rechoncho y robusto, de carga; se llamaba Morettobello. Los dos Scarassa, padre e hijo, se ganaban la vida con el buey, haciendo viajes para los diversos propietarios del valle, llevando los sacos de trigo al molino, o las hojas de palma a los floristas, o las bolsas de abono de la cooperativa. Aquel día Morettobello se balanceaba bajo la carga equilibrada en los dos extremos de la albarda: leña de olivo para vender a un cliente de la ciudad. De la anilla que atravesaba las narices neg...

Las andanzas de Pulgarcito, el hijo del sastre - Hermanos Grimm

Érase una vez un sastre que tenía un hijo   que se había quedado tan pequeño que no   era mayor que un pulgar, y por eso se llama­ba Pulgarcito.           Tenía, sin embargo, coraje en el cuerpo y le dijo a su padre:           -Padre, tengo que ir a recorrer mundo.           -Está bien, hijo mío -le contestó el padre y to­mó una aguja de zurcir y a la lumbre le puso un nudo de lacre encima-. Aquí tienes una espada para el ca­mino.           El sastrecillo salió a recorrer mundo y se puso a traba­jar primero para un maestro artesano, pero allí la comi­da no era lo bastante buena para él.           -Señora maestra -dijo Pulgarcito-, como no nos dé mejor comida, mañana temprano escribiré en la puerta de su casa con tiza: «Patatas demasiadas, la carn...