Óscar - Amparo Dávila
La joven dio la contraseña al empleado y esperó pacientemente a que le entregaran su equipaje. Se sentó en una banca y encendió un cigarrillo, tal vez el último que iba a fumar durante el tiempo que pasara con su familia. Sus ojos revisaban cuidadosamente el local tratando de descubrir si, en esos años de ausencia, había habido algún cambio. Pero todo estaba igual. Sólo ella había cambiado, y bastante. Recordó cómo iba arreglada cuando se fue a la capital: el vestido largo y holgado, la cara lavada y con su cola de caballo, zapatos bajos y medias de algodón... Ahora traía un bonito suéter negro, una falda bien cortada y angosta, pegada al cuerpo, zapatillas negras y gabardina beige; pintada con discreción y peinada a la moda, era una muchacha atractiva, guapa, ella lo sabía; es decir, lo fue descubriendo a medida que aprendió a vestirse y a arreglarse... El empleado le llevó sus dos maletas y le dijo: —Si usted quiere, el coche del correo la puede llevar al pueblo, sólo cobra ...