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Jardín de infierno - Silvina Ocampo

     Se llama Bárbara. No comprendo por qué me casé. ¿Por conveniencia?. De ningún modo. ¿Por amor?. No necesitaba. Por aspirar a una vida más tranquila, tampoco. Y ahora es tarde para arrepentirme. Me adora, se preocupa por mí. Me da todos los gustos; naturalmente que esta agradable situación tiene sus límites.      Suele ausentarse muchas veces y cada vez que se va de viaje me hago estas mismas preguntas, para llegar a ninguna conclusión. Este enorme castillo solitario me asusta y se llena, cuando me quedo solo, de ruidos. Las angostas y altas ventanas dejan entrar un poco de luz sobre mis libros de estudio. Ya la filosofía no me interesa como antes, pero tendré que seguir estudiando, recibirme para independizarme un poco de la vida conyugal.       Estudiar se vuelve difícil cuando uno está preocupado por algo. Ni un poeta ni un pintor puede realizar su obra en el estado de inquietud en que me encuentro; menos puede un estudiante de fi...

Combate Singular - Robert Abernathy

Salió con extremo cuidado de la cámara subterránea y cerró tras él la puerta con llave. Sus tensos nervios le empujaron repentinamente a huir. Subió corriendo la escalera. Tropezó con un peldaño podrido, recuperó a duras penas su equilibrio, y se detuvo, las piernas temblando, jadeante, luchando contra su pánico. Tranquilo. Nada te empuja. Calmosamente, regresó a la puerta y comprobó una vez más la solidez de la maciza cerradura. Se metió la llave en el bolsillo, luego la volvió a sacar con una mueca de disgusto, y la arrojó a la reja metálica que cubría el desagüe. La llave golpeó contra uno de los travesaños y rebotó, reluciente, en el cemento. Febrilmente, como un hombre pateando un escorpión, la empujó hacia la reja. La llave se colgó a uno de los travesaños, osciló durante unos segundos, tintineó contra el metal, y luego desapareció de su vista. Se sentía nuevamente dueño de sus reacciones nerviosas. Subió los peldaños sin girarse, y se detuvo en la embocadura de la desierta c...

La Llave Dorada - Hermanos Grimm

  Zagal, que era muy pobre, tuvo que salir, tras la gran nevada invernal, en su trineo, a por leña. Y cuando ya la había reunido y la había cargado, como tenía tantísimo frío, en lugar de irse a su casa quiso antes encender un fuego y calentarse un poco. Cavó en la nieve y cuando estaba limpiando el suelo encontró una llave dorada. Enton­ces pensó que donde estaba la llave tenía que estar tam­bién la cerradura correspondiente, y siguió cavando y encontró una cajita de hierro. « ¡Ay, ojalá sirva la llave! », pensó, pues seguro que había cosas maravillosas y muy valiosas dentro. Buscó, pero allí no había ojo de la cerra­dura. Al fin, sin embargo, encontró uno pequeñísimo y probó, y la llave entró perfectamente. Así que le dio una vuelta y ahora tenemos que esperar a que abra del todo y entonces veremos lo que hay dentro.