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Pulgarcito - Charles Perrault

Había una vez un leñador y su esposa, quienes tenían siete hijos, todos varones. El mayor apenas era un adolescente y el menor rondaba los siete años. Ellos eran muy pobres, y sus siete hijos eran una gran fuente de problemas porque ninguno podía aún ganarse su pan. Y lo que les causaba más dificultad era que el menor era muy delicado, y difícilmente pronunciaba una palabra, lo que hacía que la gente tomara por estupidez cualquier cosa que dijera con buen sentido. Él era pequeñito, y cuando nació no era más grande que el dedo pulgar; por eso lo llamaron "Pulgarcito". El pobre niño era el menospreciado de la familia, y siempre lo hacían a un lado. Él era, sin embargo, el más brillante y discreto de los hermanos, y si hablaba poco, oía y pensaba mucho más. Y vino un año muy malo, y la hambruna fue tan grande para esta pobre gente, que no sabían que hacer con los chicos. Un atardecer, cuando ya ellos estaban en cama, y el leñador estaba sentado con su esposa junto a la chi...

La bella durmiente del bosque - Charles Perrault

Había una vez un rey y una reina que estaban tan afligidos por no tener hijos, tan afligidos que no hay palabras para expresarlo. Fueron a todas las aguas termales del mundo; votos, peregrinaciones, pequeñas devociones, todo se ensayó sin resultado. Al fin, sin embargo, la reina quedó encinta y dio a luz una hija. Se hizo un hermoso bautizo; fueron madrinas de la princesita todas las hadas que pudieron encontrarse en la región (eran siete) para que cada una de ellas, al concederle un don, como era la costumbre de las hadas en aquel tiempo, colmara a la princesa de todas las perfecciones imaginables. Después de las ceremonias del bautizo, todos los invitados volvieron al palacio del rey, donde había un gran festín para las hadas. Delante de cada una de ellas habían colocado un magnífico juego de cubiertos en un estuche de oro macizo, donde había una cuchara, un tenedor y un cuchillo de oro fino, adornado con diamantes y rubíes. Cuando cada cual se estaba sentando a la mesa, vieron...

Caperucita Roja - Charles Perrault

  Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tanto que todos la llamaban Caperucita Roja. Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo. —Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla. Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo: —Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía. —¿Vive muy lejos?, le dijo el lobo. —¡Oh, sí!, dijo Caperucita Roja, más allá del molino que...

Riquet el del Copete - Charles Perrault

Había una vez una reina que dio a luz un hijo tan feo y tan contrahecho que mucho se dudó si tendría forma humana. Un hada, que asistió a su nacimiento, aseguró que el niño no dejaría de tener gracia pues sería muy inteligente y; agregó que en virtud del don que acababa de concederle, él podría darle tanta inteligencia como la propia a la persona que más quisiera. Todo esto consoló un poco a la pobre reina que estaba muy afligida por haber echado al mundo un bebé tan feo. Es cierto que este niño, no bien empezó a hablar, decía mil cosas lindas, y había en todos sus actos algo tan espiritual que irradiaba encanto. Olvidaba decir que vino al mundo con un copete de pelo en la cabeza, así es que lo llamaron Riquet-el-del-Copete, pues Riquet era el nombre de familia. Al cabo de siete u ocho años, la reina de un reino vecino dio a luz dos hijas. La primera que llegó al mundo era más bella que el día; la reina se sintió tan contenta que llegaron a temer que esta inmensa alegría le hiciera...