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Mostrando las entradas etiquetadas como matrimonio

Mejor que arder - Clarice Lispector

Era alta, fuerte, con mucho cabello. La madre Clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros. Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de Dios. Obedeció. Cumplía sus obligaciones sin reclamar. Las obligaciones eran muchas. Y estaban los rezos. Rezaba con fervor. Y se confesaba todos los días. Todos los días recibía la hostia blanca que se deshacía en la boca. Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. Mujeres, mujeres, mujeres. Escogió a una amiga como confidente. Le dijo que no aguantaba más. La amiga le aconsejó: -Mortifica el cuerpo. Comenzó a dormir en la losa fría. Y se fustigaba con el cilicio. De nada servía. Le daban fuertes gripas, quedaba toda arañada. Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. Ella continuó. Pero a la hora en que el padre le tocaba la boca para darle la hostia se tenía que controlar para no morder la mano del padre. Éste percibía, pero nada decía. Había entr...

La aventura de un matrimonio - Italo Calvino

El obrero Arturo Massolari hacía el turno de noche, el que termina a las seis. Para volver a su casa tenía un largo trayecto que recorría en bicicleta con buen tiempo, en tranvía los meses lluviosos e invernales. Llegaba entre las siete menos cuarto y las siete, a veces un poco antes, otras un poco después de que sonara el despertador de Elide, su mujer. A menudo los dos ruidos, el sonido del despertador y los pasos de él al entrar, se superponían en la mente de Elide, alcanzándola en el fondo del sueño, ese sueño compacto de la mañana temprano que ella trataba de seguir exprimiendo unos segundos con la cara hundida en la almohada.  Después se levantaba repentinamente de la cama y ya estaba metiendo a ciegas los brazos en la bata, el pelo sobre los ojos.  Elide se le aparecía así, en la cocina, donde Arturo sacaba los recipientes vacíos del bolso que llevaba al trabajo: la fiambrera, el termo, y los depositaba en el fregadero. Ya había encendido el calentador y puesto el café....

La ausencia del señor Glass - G. K. Chesterton

La sala de consulta del doctor Orion Hood, el eminente criminólogo y especialista en ciertos trastornos morales, estaba frente al mar, en Scarborough, y tenía una serie de puertas-ventana, amplias y luminosas, por las que se veía el mar del Norte como una infinita muralla exterior de mármol azul verdoso.  En esa zona, el mar tenía algo de la monotonía de un friso de ese color. Y la propia sala estaba organizada según un or­den inflexible, semejante, en cierto modo, al orden inflexible del mar. No debe dedu­cirse de ello que excluyera del lugar el lujo o incluso la poesía. Ambos estaban presen­tes, en el sitio que les correspondía. Pero uno sentía que nunca se les permitía dejar su lugar.  El lujo estaba presente: en una me­sa especial había ocho o diez cajas de ciga­rros de la mejor calidad, pero colocados con deliberación, de manera que los más fuertes estaban siempre más próximos a la pared y los más suaves más cerca de la ventana. Tres frascos con tr...