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El Año 2000 - Robert Abernathy

  La mañana del Año Nuevo fue clara y fría. El sol subió y brilló, y respondiendo a esta insinuación de calor, la estación de calefacción urbana despertó con un rugido ahogado. Unas corrientes tibias fluyeron a lo largo de las calles, fundiendo la escarcha que dio al aire de la noche un saludable sabor invernal y unos niños corrieron con trineos nuevos al parque profundamente helado, a patinar y a hacer hombres de nieve. Joe Bloak abrió un ojo y en seguida el otro. Pensó confusamente pero sin melancolía, que la fiesta de la noche anterior tuvo que ser en realidad notable. No sólo se celebró la llegada de un nuevo año, sino también la de un nuevo siglo y un nuevo milenio: ¡El año 2000! (¿No insistió quejosamente un borracho que estaban apresurándose, que el milenio comenzaba el 1 de enero del 2001? Las cornetas y las serpentinas ahogaron sus protestas.) La manta eléctrica cibernética detectó el humor de Joe, que oscilaba entre la pereza y el deseo de actividad. Se desconectó de buen...

La música de las estrellas - Valentina Zuravleva

Había una calma insólita en aquella víspera de Año Nuevo. Las nubes que se habían cernido sobre la ciudad el día antes, se abrían ahora lentamente como las cortinas de un teatro y descubrían un cielo estrellado. Los abetos se alzaban rectos e inmóviles, plateados por la nieve, como una guardia de honor que esperaba el nuevo año a lo largo de las murallas del Kremlin. De cuando en cuando una débil ráfaga arrancaba a las ramas unos copos de nieve que caían sobre los transeúntes. Pero las gentes no prestaban atención al encanto de la noche. Tenían demasiada prisa. El Año Nuevo llegaría dentro de media hora. El río de hombres y mujeres, ruidoso y excitado, cargado con cajas y paquetes, se movía más y más rápidamente. Sólo un hombre parecía no tener prisa. Llevaba las manos hundidas en los bolsillos del abrigo, y miraba con ojos atentos y brillantes por debajo del ala del sombrero. Muchos de los que iban en la marea humana reconocían en seguida aquella cara delgada y la barba corta y ...

La inquilina - Avram Davidson

Balto, el propietario del barrio, un hombrecito de na­riz larga y peluda con traje gris, contrató a Edgel. Bueno, no de manera fija, pero de vez en cuando Balto le en­cargaba algún trabajo. Edgel era bastante alto, andaba un poco encorvado y por esto había conseguido una pensión por incapacidad física, que se gastaba en bebi­das que sólo podían sentarle mal. A menudo, cuando tenía el rostro abotargado y rubicundo a causa del licor ingerido, bajaba la vista y allí estaba Balto. Persuasivamente, Balto le decía que ésa no era vida apropiada para él, que así no tenía futuro, y que debía buscar algo que hacer. Pero Edgel jamás necesitaba ser persuadido, ya que asentía a todo plenamente. Y así se iba a trabajar para Balto como agente cobrador en al­guno de los edificios de los que Balto sacaba grandes sumas de dinero. Y se imaginaba que era un ser respe­table. A menudo, claro, resultaba que en la casa a la que Balto le encargaba ir a cobrar, había un inquilino que, por un motivo u otro, ha...

Crónica roja - Eduardo Gotthelf

Necesitaban dinero para irse lejos. Ella estaba muy enamorada, pero sabía que su familia nunca iba a aceptar a un simple leñador, para colmo feo, de ojos saltones y dientes grandes.  Esa tarde fueron juntos a la casa de la abuela para robarle sus joyas. Como la anciana los sorprendió, no les quedó más remedio que matarla.  Después inventaron una historia, y le echaron la culpa al lobo.

El nuevo Papá Noel - Brian W. Aldiss

Roberta, la menuda anciana, bajó el reloj del estante y lo puso sobre la hornalla; luego tomó la tetera e intentó darle cuerda. El reloj había llegado casi al punto de ebullición antes de que ella se diera cuenta. Chillando en voz baja, para no despertar al viejo Robin, tomó el reloj con un repasador y lo dejó caer sobre la mesa. Marchaba furiosamente. Lo contempló. Aunque Roberta daba cuerda al reloj todas las mañanas al levantarse, llevaba meses sin echarle una mirada. Esa mañana, al contemplarlo, vio que eran las 7:30 del día de Navidad, 2388. –¡Dios mío! –exclamó–. ¡Navidad, ya! ¡Si parece que apenas han pasado las Pascuas! Ni siquiera tenía idea de que fuera el año de 2388. Tanto ella como Robin llevaban mucho tiempo en la fábrica. Se sintió contenta de que fuera Navidad, porque le gustaban las sorpresas... pero también sintió algo de miedo. Porque aquello la llevaba a recordar al Nuevo Papá Noel, y habría preferido no pensar en eso. El Nuevo Papá Noel, según se decía, hacía sus r...