Hermano, tú me preguntas si conozco el amor. Pues bien, lo conozco. Se trata de una historia singular y terrible y, aunque ya cuento con sesenta y seis años, casi no me atrevo a remover las cenizas de semejante recuerdo. No me negaré a contártela, pero nunca relataría esta historia ante un alma menos noble que la tuya. Los hechos ocurridos son tan sorprendentes que me niego a pensar que hayan existido. Pese a ello, lo cierto es que durante más de tres años fui víctima de un espejismo único y diabólico. Yo, un mísero sacerdote de provincias, viví en sueños, noche tras noche (¡y quiera Dios que sólo fuese un sueño!), una vida disipada, una vida mundana, una vida de Sardanápalo. Fue suficiente que posara una mirada complaciente sobre una mujer para que arriesgase mi alma. Al final, con la ayuda de Dios y de mi santo patrón, conseguí conjurar al espíritu maligno que se había adueñado de mí. Mi existencia se había dividido en una existencia nocturna totalmente difere...