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Terror en el espacio (Capítulo 1) - Leigh Brackett

Capítulo 1   Lundy conducía con sus propias manos el convertible aeroespacial. Lo había estado haciendo durante mucho tiempo. Tanto tiempo, que la mitad inferior de su cuerpo estaba dormida e insensible hasta las puntas de los pies y la mitad superior aún más insensible, con excepción de dos dolores separados peores que los que produce un flemón: uno alojado en su espalda y el otro en la cabeza. Los jirones de nubes desgarradas y arrancadas de la espesa atmósfera venusiana color gris perla, pasaban rápidamente junto a la veloz aeronave. Los reactores palpitaban y zumbaban, mientras los instrumentos se movían desordenadamente bajo el influjo de las corrientes magnéticas que hacen de la atmósfera venusiana la pesadilla de los pilotos. Jackie Smith seguía frío y envarado en el asiento del copiloto. A través de la portezuela cerrada que tenía a sus espaldas y que comunicaba con la minúscula cabina interior, Lundy oía gritar y debatirse a Farrell. Hacía rato que gritaba. Desde que la in...

La señorita Cubbidge y el dragón del romance - Lord Dunsany

Esta historia se cuenta en los balcones de Belgrave Square y entre las torres de Pont Street; los hombres la cantan al anochecer en Brompton Road. Poco antes de su decimoctavo cumpleaños, la señorita Cubbidge, que vivía en el número 12A de Prince of Wales' Square, pensó que antes de que otro año pasara de largo ella perdería de vista aquel deforme rectángulo que por tanto tiempo había sido su casa.  Y si además le hubieran dicho que en ese mismo año se habría desvanecido de su memoria cualquier vestigio de aquella supuesta plaza y del día en que su padre fue elegido por abrumadora mayoría para tomar parte en la dirección de los destinos del imperio, simplemente habría dicho con esa voz afectada que tenía: "¡Sí, ya!". La prensa diaria no dijo nada al respecto, la política del partido de su padre no lo había previsto, no apareció ni por asomo en las conversaciones de las reuniones vespertinas a las que acudía la señorita Cubbidge: nada hubo que le avisara de que un repu...

La piedra del diablo - Beatrice Heron-Maxwell

 Declinaba ya una tarde templada y crepuscular de un día particularmente cálido, vaporoso y apacible en Aix-les-bains, en Saboya, cuando atravesé el jardín del hotel dispuesta a dar un lánguido paseo por las calles de la pequeña ciudad. Estaba harta de no tener nada que hacer ni nadie con quien hablar; los otros huéspedes del hotel eran en su mayoría extranjeros y, al margen de eso, carecían por completo de interés; en cuanto a mi padre, era casi como si no existiera para mí en ese momento, hasta que su «camino» hubiese terminado. Se pasaba el día, desde primera hora de la mañana hasta que la tarde lo cubría todo de rocío, sumergido en el agua, por fuera, por dentro o de las dos formas; y más allá de alguna ocasión en que lo veía fugazmente, ataviado con un traje que le daba apariencia de jeque árabe y llevado en silla de manos con gran pompa hacia los baños o de vuelta de ellos, yo era, metafóricamente hablando, huérfana hasta la table d’hôte . Cuando cruzaba la terraza, alguien...

Hurleburlebutxz - Hermanos Grimm

  Érase un rey que estaba cazando y se perdió; entonces se le apareció un pequeño hom­brecillo de pelo blanco y le dijo:           -Señor rey, si me dais a vuestra hija me­nor, os sacaré del bosque.           El rey, por el miedo que tenía, se lo prometió; el hom­brecillo le llevó por el buen camino, se despidió de él y cuando el rey se iba le gritó aún:           -¡Dentro de ocho días iré a recoger a mi novia!           En casa, sin embargo, el rey se puso muy triste por lo que había prometido, pues la hija menor era a la que más quería. Las princesas se lo notaron y quisieron saber qué era lo que le preocupaba. Finalmente tu­vo que admitir que había prometido que le daría a la más joven de ellas a un pequeño hombrecillo de pelo blanco que se le había aparecido en el bosque, y que éste iría a recogerla d...

Prismática - Samuel R. Delany

  I   Érase una vez un hombre pobre llamado Amos. Carecía de todo excepto de un pelo rojo vivo, unos ágiles dedos, pies rápidos y pensamiento aún más rápido. Un gris atardecer en el que la lluvia susurraba en las nubes a punto de caer, apareció por la calle empedrada dirigiéndose hacia la Taberna del Marinero para jugar a las pajas con Billy Belay, el marinero que tenía una pata de palo y la boca siempre llena de historias, que rumiaba y escupía a su alrededor durante toda la noche. Billy Belay hablaba y bebía y se reía, y a veces cantaba. Amos se sentaba apaciblemente y escuchaba, y ganaba siempre a las pajas. Pero aquella tarde al entrar Amos en la taberna, Billy estaba en silencio, al igual que todos los demás. Hasta Hidalga, la mujer que era la propietaria de la taberna y que no se tomaba en serio el parloteo de hombre alguno, estaba acodada en el mostrador y escuchando con la boca abierta. La única persona que hablaba era un hombre alto, delgado y gris. Vestía una...