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Cráneos en las estrellas - Robert E. Howard

 I Dos son los caminos que llevan a Torkertown. El uno, que es la ruta más corta y directa, atraviesa un páramo alto y baldío, y el otro, que es mucho más largo, serpentea entre los cerros y cenagales de los pantanos, bordeando las bajas colinas rumbo al este. Esta última era una carretera peligrosa y aburrida y, por eso, Solomon Kane se quedó asombrado cuando un muchacho del pueblo que acababa de abandonar le dio alcance y, sin aliento, le imploró que, por el amor de Dios, cogiese el camino de los pantanos. —¡El camino de los pantanos! —Kane se quedó contemplando al chico. Un hombre alto y enjuto, ése era Solomon Kane, de rostro pálido y sepulcral, y ojos meditabundos que resultaban aún más sombríos merced a su austero atuendo de puritano. —Sí, señor; es, de lejos, el más seguro —fue la respuesta que el muchachuelo dio a su sorprendida exclamación. —Entonces, el mismísimo Satanás debe de acechar en el camino del páramo, porque tus paisanos me instaron a no atravesar el...

La mano derecha de la maldición - Robert E. Howard

 —¡Y al alba le colgarán! ¡Jo, jo! Quien así hablaba se palmeó sonoramente el muslo, al tiempo que lanzaba carcajadas con voz espesa y chillona. Lanzó una ojeada jactanciosa a sus oyentes, y echó un trago del vino que tenía a mano. El fuego saltaba y oscilaba en el hogar de la sala y nadie le respondió. —¡Roger Simeon, el nigromante! —se burló esa voz chillona—. ¡Adepto de las artes diabólicas y practicante de magia negra! A fe mía que todo su necio poder no le pudo salvar cuando los soldados del rey rodearon su caverna y le apresaron. Huyó cuando la gente comenzó a lanzar adoquines contra sus ventanas, y creyó que podía ocultarse y huir a Francia. ¡Jo, jo! Su escapatoria va a estar al extremo de una soga. Esto es lo que yo llamo un día bien aprovechado. Echó una bolsita sobre la mesa, haciendo que tintineara musicalmente. —¡El precio de la vida de un hechicero! —se jactó—. ¿Y vos qué decís, mi áspero amigo? Esto último se lo decía a un hombre alto y callado que se sentab...