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Terror en el espacio (Capítulo 5) - Leigh Brackett

Capítulo 5   El tembloroso Lundy empezó a sudar copiosamente. Cerró los ojos para no ver. Pero era inútil: la veía igualmente. No podía dejar de verla. Trató de luchar mentalmente, pero estaba muy cansado... Ella estaba oculta casi por completo bajo su propia cabellera, negra como la noche y brillante como un rayo de luna y tornasolada como el pecho de un colibrí. Una cabellera de ensueño. Una cabellera con la que se hubiera estrangulado muy gustoso. Ella levantó lentamente la cabeza, apartando de su cara aquel velo de cálidas tinieblas. Tenía los ojos ocultos por espesas y sedosas pestañas. Tendió ambas manos hacia Lundy, como una niña implorante. Pero no era una niña. Era una mujer, desnuda como una perla y tan encantadora que Lundy sollozó, presa de un éxtasis tembloroso. –No –dijo roncamente–. No. ¡No! Ella le tendió los brazos implorando que la liberase, sin moverse. Lundy se arrancó la red del cinto y la tiró sobre el altar de piedra. Levantándose, se dirigió caut...

Terror en el espacio (Capítulo 4) - Leigh Brackett

Capítulo 4 Lundy les vio desde muy lejos. Por un momento no quiso dar crédito a sus ojos, tomándolos por sombras arrojadas por los destellos de luz que surgían de la fisura. Se apoyó en la pared de un edificio y se dedicó a observarlos. Los observó mientras la corriente impetuosa los impelía hacia él. No se movió entonces. Sólo abrió afanosamente la boca tratando de respirar. Recordaban vagamente las rayas gigantes que él había visto en la Tierra, con la diferencia de que éstas eran plantas.  Grandes y esbeltos bulbos vegetales con sus hojas extendidas como alas para aprovechar la fuerza de la corriente. Su largos cuerpos en forma de lágrima terminaban en un reborde semejante a una cola de pez que hacía las veces de timón. En lugar de brazos tenían una especie de tentáculos. Su color era rojo pardusco obscuro, el color de la sangre seca. El áureo resplandor de la fisura prestaba un extraño brillo a sus fríos ojos. Mostraba asimismo sus bocas redondas revestidas de ag...

Terror en el espacio (Capítulo 1) - Leigh Brackett

Capítulo 1   Lundy conducía con sus propias manos el convertible aeroespacial. Lo había estado haciendo durante mucho tiempo. Tanto tiempo, que la mitad inferior de su cuerpo estaba dormida e insensible hasta las puntas de los pies y la mitad superior aún más insensible, con excepción de dos dolores separados peores que los que produce un flemón: uno alojado en su espalda y el otro en la cabeza. Los jirones de nubes desgarradas y arrancadas de la espesa atmósfera venusiana color gris perla, pasaban rápidamente junto a la veloz aeronave. Los reactores palpitaban y zumbaban, mientras los instrumentos se movían desordenadamente bajo el influjo de las corrientes magnéticas que hacen de la atmósfera venusiana la pesadilla de los pilotos. Jackie Smith seguía frío y envarado en el asiento del copiloto. A través de la portezuela cerrada que tenía a sus espaldas y que comunicaba con la minúscula cabina interior, Lundy oía gritar y debatirse a Farrell. Hacía rato que gritaba. Desde que la in...

Colisión - Gerd Maximovic

  A primera vista parecía que todo estuviera en orden. Allí permanecía el hombre inmóvil en el si­llón cuyo respaldo se había volcado hacia atrás. Mi­raba fijamente al techo y tenía los ojos muy abier­tos. En línea diagonal a él, delante de la pantalla que emitía un leve zumbido, había un pupitre sumido en luz verdosa, y en él se apoyaba un segundo hom­bre algo inclinado hacia un lado y con los brazos caídos. A primera vista parecía que todo estuviera en orden. Pero una observación más penetrante reve­laba que los dos individuos no se habían petrificado en pleno movimiento, sino que su actividad prose­guía. Porque, propiamente, el hombre del pupitre no se apoyaba en el mueble. Algo le había hecho caer de espaldas sobre él, y ahora resbalaba poco a poco, y la segunda mirada, la de comprobación, demostra­ba que sus pies tocaban el suelo y que el movimiento se cristalizaba en las puntas de los dedos. Quizá ni siquiera esto hubiera resultado inquie­tante. Lo inquietante era el hi...