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El gnomo bigotudo y el caballo blanco - Cuento Ruso

       En cierto reino de cierto Imperio vivía una vez un Zar. En su corte había unos arreos con jaeces de oro, y he aquí que el Zar soñó que llevaba estos arreos un caballo extraño, que no era precisamente blanco como la lana, sino brillante como la plata, y en su frente refulgía una luna.  Al despertar el Zar por la mañana, mandó lanzar un pregón por todos los países, prometiendo la mano de su hija y la mitad de su imperio a quien interpretase el sueño y descubriese el caballo. Al oír la real proclama, acudieron príncipes, boyardos y magnates de todas partes, mas por mucho que pensaron, ninguno supo interpretar el sueño y mucho menos saber el paradero del caballo blanco. Por fin se presentó un campesino viejecito de blanca barba, que dijo al Zar: - Tu sueño no es sueño, sino la pura realidad. En ese caballo que dices haber visto ha venido esta noche un Gnomo pequeño como tu dedo pulgar y con bigotes de siete verstas de largo y tenía intención de raptar a tu ...

El poder de los nombres - Úrsula K. Le Guin

El señor Bajocolina salió de debajo de su colina, sonriendo y respirando con dificultad. Cada resoplido salía disparado por las ventanas de su nariz como una doble bocanada de vapor, blanca nieve bajo el sol matinal. El señor Bajocolina contempló el cielo brillante de diciembre y sonrió más ampliamente que nunca, mostrando unos dientes blancos como la nieve. Luego se dirigió al pueblo. —Día, señor Bajocolina —le decían los aldeanos cuando se cruzaban con él por la calle angosta, entre casas de tejados cónicos y sobresalientes como los sombreretes rojos y gruesos de las setas venenosas. —¡Día, día! —respondía él a todos. (Por supuesto que desear a cualquiera un buen día traía mala suerte; en un lugar tan afectado por Influencias como Sattins Island, donde un adjetivo descuidado puede cambiar el tiempo por una semana, era suficiente con decir sólo el momento del día.)  Todos le hablaban, algunos con cariño, otros con cariñoso desdén. Era todo lo que la pequeña isla poseía a modo de ...

Zombi Blanco - Vivian Meik

  Geoffrey Aylett, comisionado en funciones del distrito de Nswadzi, estaba asustado. En sus veinte años en África nunca antes había experimentado la sensación de encontrarse tan definitivamente desconcertado. Sentía como si algo estuviera apretándose contra él, algo que no podía ver ni localizar, y, no obstante, algo que parecía envolverle y que de una manera inexplicable amenazaba con asfixiarlo. Últimamente había empezado a despertarse de repente durante la noche, esforzándose por respirar y casi abrumado por una sensación de náusea.  Una vez que ésta desaparecía, aún permanecía el extraño rastro de un olor horrible e innominado, un olor que tenía fuertes reminiscencias con las consecuencias de las primeras batallas de la campaña de Mesopotamia. Aquellos habían sido días de espantosas enfermedades, cuando el cólera y la disentería, las insolaciones, la fiebre tifoidea y la gangrena habían campado incontroladas; donde cientos quedaron en el sitio en que cayeron; cuando, pres...