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Las aguas del mar - Clarice Lispector

Ahí está él, el mar, la más ininteligible de las existencias no humanas. Y aquí está la mujer, de pie en la playa, el más ininteligible de los seres vivos. Como el ser humano hizo un día una pregunta sobre sí mismo, volviéndose el más ininteligible de los seres vivos. Ella y el mar. Sólo podría haber un encuentro de sus misterios si uno se entregara al otro: la entrega de dos mundos incognoscibles hecha con la confianza con que se entregan dos comprensiones.  Ella mira el mar, es lo que puede hacer. Y su mirada está limitada por la línea del horizonte, es decir, por su incapacidad humana de ver la curvatura de la Tierra. Son las seis de la mañana. Sólo un perro suelto vaga por la playa, un perro negro. ¿Por qué un perro resulta tan libre? Porque él es el misterio vivo que no se indaga. La mujer vacila porque va a entrar. Su cuerpo se consuela con su propia exigüidad en relación con la vastedad del mar porque es la exigüidad del cuerpo lo que le permite mantenerse caliente y es es...

La pierna dormida - Enrique Anderson Imbert

Esa mañana, al despertarse, Félix se miró las piernas, abiertas sobre la cama, y, ya dispuesto a levantarse, se dijo: "y si dejara la izquierda aquí?" Meditó un instante. "No, imposible; si echo la derecha al suelo, seguro que va a arrastrar también la izquierda, que lleva pegada. ¡Ea! Hagamos la prueba." Y todo salió bien. Se fue al baño, saltando en un solo pie, mientras la pierna izquierda siguió dormida sobre las sabanas.  

Una operación financiera - Slawomir Mrozek

Un buen día el cartero me trajo una postal con el siguiente mensaje: «O me deja antes del jueves, debajo de la piedra, en la plazoleta frente al mesón, cien mil en efectivo, o se va a enterar.» Firmado: «Oswald.» Calculé que mi sueldo no me alcanzaría para pagar aquello. ¿Que podía hacer? No tenía ganas de perecer a mi edad. Me senté y escribí la siguiente carta: «Estimado Señor: o bien encuentro el miércoles, a mas tardar, frente al mesón, en la plazoleta, debajo de la piedra, cien mil en efectivo, o se va a enterar. Su Calavera. P.D.: No pido para mí, sino para alguien necesitado.» Tras una breve reflexión borré «cien mil» y puse «ciento cincuenta mil». ¿Por qué no aprovechar la ocasión para ganar algo? Ahora sólo quedaba decidir a quién podía enviar mi mensaje, dado que nadie tenía dinero. Por fin lo envié a un colega con el que mantengo amistad desde niño. Él tampoco tiene pasta pero al menos sé su dirección y es un tío legal. El miércoles fui a la plazoleta y miré debajo de la ...

Un mensaje imperial - Franz Kafka

"El Emperador, tal va una parábola, os ha mandado, humilde sujeto, quien sois la insignificante sombra arrinconándose en la más recóndita distancia del sol imperial, un mensaje; el Emperador desde su lecho de muerte os ha mandado un mensaje para vos únicamente. Ha comandado al mensajero a arrodillarse junto a la cama, y ha susurrado el mensaje; ha puesto tanta importancia al mensaje, que ha ordenado al mensajero se lo repita en el oído. Luego, con un movimiento de cabeza, ha confirmado estar correcto. Sí, ante los congregados espectadores de su muerte —toda pared obstructora ha sido tumbada, y en las espaciosas y colosalmente altas escaleras están en un círculo los grandes príncipes del Imperio— ante todos ellos, él ha mandado su mensaje.  El mensajero inmediatamente embarca su viaje; un poderoso, infatigable hombre; ahora empujando con su brazo diestro, ahora con el siniestro, taja un camino a través de la multitud; si encuentra resistencia, apunta a su pecho, donde el símbolo de...

El pianista holandés - Andrés Neuman

  Recuerdo que llovía. No digo que mucho. Unas gotas. Mientras subíamos la cuesta el aire se enfriaba, porque en esta ciudad, no sé por qué, hace más frío en verano. El mirador ofrecía en bandeja los tejados. Atardecía. Las nubes de colores violentos nos parecieron témperas volcadas. Mezcladas con la llovizna, las ondas de un sonido nos detuvieron: era un piano. Provenía de una de las casas, al pie del mirador. Nos acercamos corriendo al umbral. Durante un rato escuchamos la espléndida, triste melodía de aquel piano.  De repente hubo una pausa, un carraspeo agrio, silencio.  Después la melodía se reanudó. Ella y yo nos miramos intrigados. No sabíamos que por allí viviera ningún pianista. Sentados en el umbral, nos intercambiábamos hipótesis en voz baja: Es un estudiante de conservatorio; no, una profesora aburrida; un concertista ensayando; mejor que eso, un compositor viudo. Nos reímos a carcajadas, pero callamos de inmediato al notar que el piano había enmudecido. Esp...

Zipelbrúm - Alexandro Jodorowsky

A nadie le importó cuando encontraron su pieza desierta. La dueña dijo: «El de la 13 ha desaparecido». Siguieron comiendo. Un pensionista volcó el arroz sobre su armadura. Mientras limpiaba, un mozo aprovechó para comentar: «Yo sabía que el tal Octavio iba a desaparecer; por eso no me preocupaba de asearle la pieza». Siguieron comiendo. Octavio, en la Universidad, fue mal considerado por faltar a los cursos de Alquimia y Lanza; el profesorado llegó a despreciarlo; el Abad le negó el ingreso al Centro de Investigaciones Fonéticas y no merecía ser rechazado; era un buen estudiante aunque no de las materias que interesaban a los otros. Había creado una teoría: «La Voz no surge de las cuerdas vocales ni del aire que las remece. Existe sin que nadie la produzca. Sólo que está prisionera en los músculos de la garganta y depende de la voluntad.» «Quiero libertarla. Hacer que salga por cualquier parte del cuerpo: por un ojo, por una mano. Conseguido esto, independizarla de mi voluntad. Entonce...

Tabú - Enrique Anderson Imbert

El ángel de la guarda le susurra a Fabián, por detrás del hombro: –¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino. –¿Zangolotino?   –pregunta Fabián azorado. Y muere.

Terrible, cuando piensa uno en ello - Graham Greene

Cuando el niño me miró y guiñó los ojos desde su cesto de mimbre, depositado en el asiento frente al mío y en algún lugar entre Reading y Slough, me sentí incómodo. Era como si hubiera descubierto mi oculto interés. Es terrible lo poco que cambiamos. Con mucha frecuencia un antiguo conocido, alguien con quien no nos hemos cruzado en cuarenta años, desde que ocupaba un pupitre lleno de cicatrices y manchado de tinta no lejos del nuestro, nos para en la calle con su inoportuna memoria.  Ya de niños llevamos el futuro en nosotros. La ropa no puede cambiarnos, las ropas son el uniforme de nuestro carácter y nuestro carácter cambia tan poco como la forma de la nariz y la expresión de los ojos. En los trenes mi afición ha sido siempre descubrir en los rasgos de un niño al hombre futuro, el que frecuenta los bares, el que vagabundea por las calles, el que asiste a bodas elegantes.  Sólo hay que imaginarlo con la gorra de género o el sombrero de copa gris, el uniforme del triste, aleg...

Venganza - Juan José Hernández

Todas las noches, antes de acostarse, ordena su colección de objetos preciosos: una araña pollito sumergida en formol, un talismán de hueso que tiene la virtud de curar los orzuelos, un mono de chocolate, recuerdo de su último cumpleaños, y la famosa medalla de su tío, que los chicos del barrio envidian: Alfonso XII al Ejército de Filipinas. Valor, Disciplina, Lealtad. Su tío la llevaba de adorno, colgada del llavero, pero él insistió tanto que acabó por regalársela. Con su abuela las cosas son más complicadas. En vano le ha pedido aquella piedra que trajo de la Gruta de la Virgen del Valle, el año de su peregrinación a Catamarca. Durante un tiempo agotó sus recursos de nieto predilecto para conseguirla: se hizo cortar el pelo, aprendió las lecciones de solfeo. Su abuela persistió en la negativa. Ni siquiera pudo conmoverla cuando estuvo enfermo de sarampión y ella se quedaba junto a la cama, leyéndole. Una tarde, mientras bebía jugo de naranja, interrumpió la lectura y volvió a pedirl...

Kitty descubre su poder - Paula Harrison

 Al día siguiente, cuando Kitty se despertó, su madre le estaba apartando el pelo de la cara. Se sorprendió al ver que estaba en el asiento junto al alféizar de la ventana y no en la cama. Entonces recordó todo lo que había pasado la noche anterior. Miró hacia la ventana abierta, pero el gatito ya no estaba allí.  —Buenos días, Kitty —la saludó su madre—. Parece que anoche viviste una aventura.  Kitty miró su traje de superheroína.  —¡Fue increíble! Un gato que se llama Fígaro vino buscándote. Era una emergencia, así que fui a ayudar yo en tu lugar.  —¿Te hago el desayuno y me lo cuentas todo? —dijo su madre.  —¡Ay, sí, por favor! Pero… —Kitty se asomó afuera con la frente arrugada—. ¿Ves por ahí a un gatito anaranjado? Cuando me fui a dormir estaba aquí, en el alféizar.  Apartó la manta, se asomó por la ventana y escuchó con atención. Solo se oían los cantos de los pajaritos y los coches que pasaban por la calle. A Kitty se le cayó el alma a los ...