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Mostrando entradas de febrero, 2025

Repuestos, repuestos - Carlos D. J. Vázquez

Agazapado junto a la viga, esperó oculto entre las largas sombras de las chimeneas. Tenía los miembros entumecidos y el frío comenzaba a calarle los huesos. Encendió el protector térmico del traje y unos segundos después se sentía mucho más cómodo, reconfortado. La luna, detrás del humo y las nubes, lo espiaba desde un charquito olvidado por la última lluvia. Transcurrieron tres horas antes de que pasara algo. Una sombra abrió la puerta que daba a la escalera del edificio y con tranquilidad se dirigió al pequeño vehículo que lo esperaba levitando unos metros sobre la azotea. La esfera luminiscente que llevaba en sus manos alcanzaba a acariciar su rostro con un brillo espectral. El siguió esperando, conteniendo la respiración para no delatarse. Cuando ese alguien estuvo lo suficientemente cerca, disparó. La descarga envolvió al ladrón, que se sacudió espasmódicamente hasta quedar inmovilizado. Avanzó y le quitó la esfera. En su interior había lo suficiente como para vaciar la bitl...

El último sueño del viejo roble - Hans Christian Andersen

Había una vez en el bosque, sobre los acantilados que daban al mar, un vetusto roble, que tenía exactamente trescientos sesenta y cinco años. Pero todo este tiempo, para el árbol no significaba más que lo que significan otros tantos días para nosotros, los hombres. Nosotros velamos de día, dormimos de noche y entonces tenemos nuestros sueños. La cosa es distinta con el árbol, pues vela por espacio de tres estaciones, y sólo en invierno queda sumido en sueño; el invierno es su tiempo de descanso, es su noche tras el largo día formado por la primavera, el verano y el otoño.   Aquel insecto que apenas vive veinticuatro horas y que llamamos efímera, más de un caluroso día de verano había estado bailando, viviendo, flotando y disfrutando en torno a su copa. Después, el pobre animalito descansaba en silenciosa bienaventuranza sobre una de las verdes hojas de roble, y entonces el árbol le decía siempre: –¡Pobre pequeña! Tu vida entera dura sólo un momento. ¡Qué breve! Es un caso bien tris...

¿Quién hay ahí? - John W. Campbell

1 Aquello hedía. Con un hedor extraño, el hedor de una mezcla de olores que sólo conocen las cabañas sumergidas en los hielos de un cam­pamento antártico, y en el que se advierten el olor a sudor humano y el denso dejo a aceite de pescado de la esperma de foca derretida. Un dejo a linimento combatía el rancio hedor a pieles impregnadas de sudor y de nieve. El acre olor a grasa de cocinar quemada y el olor animal y no desagradable de los perros, diluidos por el tiempo, se cernían en el aire. Los olores a aceite de máquina que subsistían contrastaban clara­mente con el de los arneses y cueros. Pero, en cierto modo, entre todo aquel hedor a seres humanos y a sus compañeros —los perros, las máquinas y la cocina— se percibía otra tonalidad. Era algo raro, asfixiante, el dejo apenas perceptible de un olor extraño entre los olores de la industria y de la vida: Y era un olor a vida. Pero provenía del objeto que yacía atado con cuerdas y lona embreada sobre la mesa, goteando lenta y met...