Peligro para caminantes - Leonardo Valencia
Una tarde separados del resto de la familia no es mucho para darse una escapada por la ciudad, así lo entiende Elvina. Las vacaciones llegan a su fin y Massimiliano debe tener la sensación de que Roma se le desvanece una vez más entre las manos. Al menos de su mano derecha. Un guante de cuero negro cubre discretamente el muñón del antebrazo izquierdo. —Te entiendo —dice Elvina, que ha asumido el defecto de su esposo desde el día que lo conoció—. Pero vamos a pasear sin los niños. A las tres de la tarde ya están caminando a solas a lo largo del Tíber. El no deja de decirle lo bueno de haber regresado después de cinco años a visitar a su familia. Cuando Massimiliano estaba soltero solía visitar Roma cada dos años. Así no perdía el acento de su italiano, engordaba siete kilos que hacía desaparecer en dietas de dos meses, y sentía una satisfacción del deber cumplido con aquella familia a la que concebía como una felicidad permanente. Eso había sido Roma para él. A...