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La prima de Vera - Zoé Valdés

Ya está aquí, repitiendo la anhelada visita anual. Llega, deposita sus valijas y en seguida la casa se llena de aromas tropicales, adelfas, jazmines, vicaria blanca, gladiolos, rosas amarillas, girasoles, acacias, orquídeas, helechos, boquitas de león, tulipanes, violetas, siemprevivas, buganvillas, y hasta marpacíficos.  Sorprende su regocijo, la prima de Vera posee una alegría tan fuera de lo común que da miedo, lo trastoca todo como si se apoyara en una varita mágica. Cuando ríe lo hace acaparando el más mínimo espacio, ya no queda sitio para otra risa.  Sin preocuparse de las miradas extiende los brazos hacia atrás, abre la larga cremallera a su espalda y de un tirón se saca por encima de la cabeza el vestido de seda gris con diminutos motivos floreados.  Va hacia el refrigerador paseándose en paños menores, es decir, en blúmer y ajustador; la piel tersa y acaramelada roza los lugares más tontos, la punta de la mesa con el muslo, cuidado, te harás un morado, le di...

La luna y el bastón - Zoé Valdés

No es nada fácil ser nieto de unos abuelos imposibles. Sobre todo conociendo que a los abuelos les da la chochería de la vejez con cogerles un amor irracional a los hijos de sus hijos. Como si a través de ellos pudieran alargar su existencia; afanados en aferrarse a la vida sé encaprichan en los chicos con una veneración rayana en la demencia.  Pepe Babalú había sido criado por los padres de sus padres. Es decir por el negro Dupont y la gallega Clemencia. Las primeras palabras que escuchó Pepe Babalú, en realidad, fue una discusión muy acalorada, a grito pelado. Apenas había transcurrido una hora de su nacimiento. Clemencia deseaba bautizarlo con el nombre de José, y Dupont se negaba contrariado justificando su negativa con el hecho de que ya él había escogido el nombre de Babalú, en honor de su santo Babalú Ayé, al cual él había prometido que si su nieto nacía varón, como era el caso, pues le pondría tal nombre. -¿Y por qué no Lázaro? -preguntó Clemencia con los brazos en jarra ...

Bailarina de vientre y vómito - Zoé Valdés

     Había dejado a la niña en la carpa de los elefantes junto a otros niños y al cuidado de unos amigos. Caminé por las desiertas callejuelas, cubiertas de polvo reseco; de vez en cuando tropezaba con mujeres temerosas acompañadas de sus vástagos, envueltas en trapajos negros y veladas también con calurosas telas prietas.      Entré en una casucha cuya puerta era únicamente una pesada cortina de raído damasco. En el interior reinaba la penumbra y un tufillo maloliente a grasa vieja y a yerba quemada. Regados por los rincones avizoré innumerables cojines, también polvorientos y destripados; encima de ellos descansaban hombres cejijuntos con turbantes, quienes me miraron con una mezcla de desasosiego y desprecio. En un pequeño salón central, con piso de tierra, un joven acomodó su raro instrumento musical. De inmediato el recinto se colmó de una melodía semejante a la de los cuentos de princesas árabes.             Ella ...