La muerte de Marko Kralievitch - Marguerite Yourcenar
Las campanas tocaban a muerto en el cielo casi insoportablemente azul. Parecían más fuertes y más estridentes que en cualquier otro sitio, como si en aquel país, situado en la linde de las regiones infieles, hubiesen querido afirmar muy alto que quienes las tocaban eran cristianos, y cristiano asimismo el muerto que acababan de enterrar. Pero allá abajo, en el pueblo blanco de patios estrechos, donde los hombres se sentaban en el lado de la sombra, su sonido llegaba mezclado con gritos, llamadas, balidos de corderos, relinchar de caballos y rebuznos de asnos, así como, en ocasiones, unido al ulular y las oraciones de las mujeres por el alma que acababa de partir, o a la risa de un idiota a quien aquel duelo público no interesaba en absoluto. En el barrio de los estañadores el alboroto de los martillos cubría su sonido. El anciano Stevan, que remataba delicadamente, a golpecitos secos, el cuello de una jarra, vio que alguien apartaba la cortina que tapaba la entrada. Un poco ...