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La muerte de Marko Kralievitch - Marguerite Yourcenar

Las campanas tocaban a muerto en el cielo casi insoportablemente azul. Parecían más fuertes y más estridentes que en cualquier otro sitio, como si en aquel país, situado en la linde de las regiones infieles, hubiesen querido afirmar muy alto que quienes las tocaban eran cristianos, y cristiano asimismo el muerto que acababan de enterrar.  Pero allá abajo, en el pueblo blanco de patios estrechos, donde los hombres se sentaban en el lado de la sombra, su sonido llegaba mezclado con gritos, llamadas, balidos de corderos, relinchar de caballos y rebuznos de asnos, así como, en ocasiones, unido al ulular y las oraciones de las mujeres por el alma que acababa de partir, o a la risa de un idiota a quien aquel duelo público no interesaba en absoluto.  En el barrio de los estañadores el alboroto de los martillos cubría su sonido. El anciano Stevan, que remataba delicadamente, a golpecitos secos, el cuello de una jarra, vio que alguien apartaba la cortina que tapaba la entrada. Un poco ...

En la peluquería - Kjell Askildsen

  Hace muchos años que dejé de ir al peluquero; el más cercano se encuentra a cinco manzanas de aquí, lo que me resultaba bastante lejos incluso antes de romperse la barandilla de la escalera. El poco pelo que me crece puedo cortármelo yo mismo, y eso hago, quiero poder mirarme en el espejo sin deprimirme demasiado, también me corto siempre los pelos largos de la nariz. Pero en una ocasión, hace menos de un año, y por razones en las que no quiero entrar aquí, me sentía aún más solo que de costumbre, y se me ocurrió la idea de ir a cortarme el pelo, aunque no lo tenía nada largo. La verdad es que intenté convencerme de no ir, está demasiado lejos, me dije, tus piernas ya no valen para eso, te va a costar al menos tres cuartos de hora ir, y otro tanto volver. Pero de nada sirvió. ¿Y qué?, me contesté, tengo tiempo de sobra, es lo único que me sobra. De modo que me vestí y salí a la calle. No había exagerado, tardé mucho; jamás he oído hablar de nadie que ande tan despacio como yo, ...

El niño travieso - Hans Christian Andersen

  Érase una vez un anciano poeta, muy bueno y muy viejo. Un atardecer, cuando estaba en casa, el tiempo se puso muy malo; fuera llovía a cántaros, pero el anciano se encontraba muy a gusto en su cuarto, sentado junto a la estufa, en la que ardía un buen fuego y se asaban manzanas. - Ni un pelo de la ropa les quedará seco a los infelices que este temporal haya pillado fuera de casa -dijo, pues era un poeta de muy buenos sentimientos. - ¡Ábrame! ¡Tengo frío y estoy empapado! -gritó un niño desde fuera. Y llamaba a la puerta llorando, mientras la lluvia caía furiosa, y el viento hacía temblar todas las ventanas. - ¡Pobrecillo! -dijo el viejo, abriendo la puerta. Estaba ante ella un rapazuelo completamente desnudo; el agua le chorreaba de los largos rizos rubios. Tiritaba de frío; de no hallar refugio, seguramente habría sucumbido, víctima de la inclemencia del tiempo. - ¡Pobre pequeño! -exclamó el compasivo poeta, cogiéndolo de la mano-. ¡Ven conmigo, que te calentaré! Voy a d...

La señorita Winters y el viento - Christine Noble Govan

Mientras permanecía en la esquina, aferrando con fuerza su billete de vuelta de autobús, la señorita Winters sentía un intenso odio hacia el viento. Durante los años que llevaba en aquella espantosa y desagradable ciudad, entre la mujer y el viento se había mantenido un constante estado de guerra. El aire parecía haberla elegido a ella —una solitaria y desamparada figura— para desahogar sus deseos de venganza. Le ladeaba el viejo sombrero de fieltro, le echaba sobre el rostro el revuelto cabello y le subía indecentemente las faldas, dejando a la vista sus negras medias de algodón. Una vez, cuando regresaba a casa desde el trabajo, el viento le arrebató de las manos el billete de vuelta y lo arrojó bajo el autobús que pasaba. Cuando el vehículo hubo desaparecido, la señorita Winters miró entre el polvo y buscó por todas partes; pero el trocito de amarillo papel parecía eludirla. La gente que se arremolinaba a su alrededor casi la empujó bajo un camión y manifestó impacientemente su disg...

Habitación con vistas - Hal Dresner

Con el frágil cuerpo cubierto por edredones y descansando contra seis de las más espesas almohadas que el dinero podía comprar, Jacob Bauman observó con disgusto a su mayordomo, que colocaba ante él la bandeja del desayuno y descorría las cortinas, dando entrada en la habitación a la luz del dia. -¿Desea que abra las ventanas, señor? – preguntó Charles. -¿Quieres que pille un resfriado? -No, señor. ¿Necesita algo más el señor? Jacob meneó la cabeza, introduciendo una punta de la servilleta entre el pijama y su escuálido pecho. Se echó para delante y destapó la fuente del desayuno. Luego volvió a enderezarse y miró a Charles, que permanecía, como un centinela, junto a la ventana. -¿Esperas una propina? - preguntó Jacob, ásperamente. -No, señor. Espero a la señorita Nevins. El doctor Holmes dijo que no debía quedarse usted a solas ni un momento, señor. -¡Lárgate, lárgate! -dijo Jacob-. Si decido morirme en los próximos cinco minutos, te llamaré. No te perderás nada. Vio salir al ...

La futura difunta - Richard Matheson

El hombrecillo abrió la puerta y entró; fuera quedó la deslumbradora luz del sol. Aquel hombrecillo larguirucho, de aspecto simple y ralo cabello gris, rondaría los cincuenta años o poco más. Cerró la puerta sin hacer ruido y se quedó en el lóbrego vestíbulo, en espera de que los ojos se le acostumbraran al cambio de luz. Vestía un traje negro, camisa blanca y corbata negra. Su pálido rostro aparecía sin transpiración a pesar del calor. Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a la penumbra, se quitó el sombrero panamá y avanzó por el pasillo hasta el despacho: sus zapatos negros no hicieron ruido alguno al pisar sobre la alfombra. El empleado de la funeraria levantó la vista de su escritorio para saludarle. -- Buenas tardes. -- Buenas tardes --repuso el hombrecillo, que tenía una voz suave. -- ¿Puedo ayudarle en algo? -- Sí --respondió el hombrecillo. Con un ademán, el empleado de la funeraria le indicó la butaca que había del otro lado de su escritorio y le dijo: -- Por f...