Los Brown no tienen baño - Margot Bennet
Antes de que el agente de bienes raíces tuviera tiempo de parpadear, se encontró con que había alquilado la casa a la señora Brown. Esta la aceptó, sin verla, y firmó un contrato de arrendamiento por diez años. Mientras regresaba al cuarto sótano en el que ella y su marido vivían en aquellos momentos, la mujer depositó una libra en el sombrero de un artista que pintaba en la acera. Para la señora Brown, aquella libra marcaba el final de un año de esfuerzos por ocultar su furiosa desesperación tras una fachada de despreocupada y casi aristocrática serenidad. Ahora, al fin, había encontrado un hogar. Al abrir la puerta delantera de su nueva casa, la mujer se sintió como Robinson Crusoe echando el primer vistazo a los que iban a ser sus dominios. El sol habría dado de lleno sobre el feo mosaico del vestíbulo de no ser por los turbios y policromos cristales de la galería. El suelo de ésta era de ladrillos, lo cual permitía que en ella se pudieran poner macetas. -Una preciosa casita –dijo...