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Los Brown no tienen baño - Margot Bennet

Antes de que el agente de bienes raíces tuviera tiempo de parpadear, se encontró con que había alquilado la casa a la señora Brown. Esta la aceptó, sin verla, y firmó un contrato de arrendamiento por diez años. Mientras regresaba al cuarto sótano en el que ella y su marido vivían en aquellos momentos, la mujer depositó una libra en el sombrero de un artista que pintaba en la acera. Para la señora Brown, aquella libra marcaba el final de un año de esfuerzos por ocultar su furiosa desesperación tras una fachada de despreocupada y casi aristocrática serenidad. Ahora, al fin, había encontrado un hogar. Al abrir la puerta delantera de su nueva casa, la mujer se sintió como Robinson Crusoe echando el primer vistazo a los que iban a ser sus dominios. El sol habría dado de lleno sobre el feo mosaico del vestíbulo de no ser por los turbios y policromos cristales de la galería. El suelo de ésta era de ladrillos, lo cual permitía que en ella se pudieran poner macetas. -Una preciosa casita –dijo...

La noche de la gallina - Francisco Tario

—Los hombres son vanos y crueles como no tienes idea —me decía hace casi un siglo una gallina amiga, cuando todavía era yo joven y virgen, y habitaba un corral indescriptiblemente suntuoso, poblado de árboles frutales. —Lo que ocurre —objeté yo, sacudiendo mi cola blanca— es que tú no los comprendes; ni siquiera te has cuidado de observarlos adecuadamente. ¡Confiesa! ¿Qué has hecho durante la mayor parte de tu existencia, sino corretear como una locuela detrás de tus cien maridos y empollar igual que una señora burguesa? ¡El hombre es un ser admirable, caritativo y muy sabio, a quien debemos estar agradecidas profundamente! Esto decía yo hace tiempo; no sé cuántos meses. Cuando aún me dejaba sorprender por las apariencias, rendía culto a los poetas y llevaba minuciosamente clasificadas en un cuaderno las características de los petimetres que me perseguían. Cuando mi cresta era voluptuosa cual un seno de mujer, y mi cola, artística, poblada. Cuando dormía en posturas graciosas y, al c...

La noche boca arriba - Julio Cortázar

Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos; le llamaban la guerra florida. A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones. Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quiz...

Rincón de la Poesía - Poema de mi fe - Elías Nandino

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Es que no necesito de dogmas religiosos para creer en Dios. Estoy convencido de que existe. Y no por que capte algún sentido de mi cuerpo el roce de sus tactos misteriosos, ni tampoco porque lo invente en los peligrosos instantes para darme valor. Si yo he creído, es porque lo escucho hablar en mi entraña, escondido en el mar de mi sangre, dictándome amoroso con una voz inmensa que parece fundirse con mi propio silencio, en íntima armonía: el poema desnudo que no puede decirse porque no hay palabras que den su profesía. Y por este poema que, aunque no puede asirse, me circula por dentro, creo en Dios: ¡POESÍA! Nocturna palabra. p.13