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Mostrando las entradas etiquetadas como hambre

Visión del futuro remoto - María Covadonga Mendoza

 La tierra está seca, áspera al tacto del único ojo del cielo, que quema con su furia la arena estéril; las huellas de la vida han sido borradas por el aliento de la desolación.  A lo lejos, se distinguen las ruinas de atalayas centenarias que hace tiempo doblaron la testuz de piedra, trastornadas por el abandono. El aire cala sus restos muertos en vano intento por resucitarlas. No hay movimiento, ni sonido alguno.  En torno a ellas pulula un gran número de seres invisibles, pálidos recuerdos de existencia, señal inequívoca del paso de la muerte. Rondan las jambas derribadas, saltan los muros, dan vueltas alrededor de lo que en otro tiempo fue su hogar. No tienen memoria, e ignoran qué les lleva a volver una y otra vez a aquel sitio donde ya no les recibe nadie.  Quieren gritar pero carecen de garganta; o llorar sobre las fosas donde aún reposan sus huesos, pero han sido privados de ojos. Permanecen en un estado de eterna ignorancia y eterna esperanza; separados tant...

Las ratas - Francisco Espínola

Me veo, siendo muy niño, siguiendo una mañana hacia el fondo de la casona familiar a una criada que, entre aspavientos, portaba una gran caldera de agua hirviente.  El fondo era extenso. A un lado, estaba la caballeriza y el altillo para los forrajes, largos de varios metros. Al frente, las habitaciones de la servidumbre y de los recogidos.  Cuando la criada se detuvo frente a una trampa de alambre que encerraba dos ratas, el espanto estrujó mi corazón. Al vernos, ellas se debatieron contra las paredes de la jaula, arañando los alambres. Luego, se echaron con las cabecitas pegadas al suelo, jadeantes. Sus ojillos abiertos no querían mirar. De pronto, profiriendo a gritos: -¡Destrocen, ahora! ¡Traigan pestes, ahora! - la mujer alzó la caldera. Un chorro quemante, un solo, breve chorro, cayó sobre las ratas, cuyos lomos humearon, despeinándose, y se encogieron entre ahogados chillidos. La maldita jaula se estremeció, se dio vuelta, rodó, saltó, despidiendo un pegajoso tufo a car...

Cómo Tupá hizo crecer el maíz - Leyenda Argentina

     Todo el país de los guaraníes sufría de una gran sequía. Los dos ríos que pasaban por la región ya casi no llevaban agua y los peces habían muerto. Ya no se extraía alimento. Ya no valía la pena arrojar atarrayas.      Los cazadores regresaban de la selva sin haber encontrado qué cazar. Los pantanos se habían secado y los pájaros se habían ido por falta de agua.      Era la primera vez que los guaraníes aguantaban hambre. Le habían rogado a Tupá que les mandara la lluvia, pero el cielo continuaba azul, y el Sol ardía y quemaba lo poco verde que todavía se podía encontrar en los rincones sombríos.      La tierra se había endurecido, y ahora se abría bajo las pisadas de los hombres, que salían de la región en busca de comida. Pero en todas partes se veía la misma miseria.      Muchos murieron. «Tupá no ayudará», decían los que quedaban, desesperados.         Entre éstos había dos guerr...

La mejor mentira - Cuento judío

 Hershele vivía en una pequeña aldea de Polonia que se llamaba Ostropolie. Era un hombre muy pobre, y le costaba alimentar a su familia. Sin embargo, tenía tanta alegría de vivir que se podía permitir venderle un poco a los demás. Un día, hambriento como de costumbre, Hershele entró en una panadería. –¿Me daría uno de esos pancitos con semilla de amapola? –le pidió al panadero. –Cómo no, Hershele, siempre que tengas con qué pagarlo –dijo el panadero. Y le alcanzó un pancito de aspecto tierno y delicioso. Hershele lo miró por todos lados sin mucho interés y finalmente se decidió: –Disculpe, pero cambié de idea, se lo devuelvo. Prefiero esa rosquita dulce. El precio es el mismo, ¿verdad? El panadero volvió a poner el pan en su lugar y le dio a Hershele la rosquita. –¡Mmm, qué deliciosa! –dijo nuestro pícaro amigo–. Creo que voy a comérmela aquí mismo. Dicho y hecho, se la devoró en un instante sin dejar ni una miga. Se estaba por ir cuando el panadero lo detuvo. –He...

Relato de acontecimiento - Rubem Fonseca

En la madrugada del día 3 de mayo, una vaca marrón camina por el puente del río Coroado, en el kilómetro 53, en dirección a Río de Janeiro. Un autobús de pasajeros de la empresa Única Auto Ómnibus, placas RF 80-07-83 y JR 81-12-27, circula por el puente del río Coroado en dirección a São Paulo. Cuando ve a la vaca, el conductor Plínio Sergio intenta desviarse. Golpea a la vaca, golpea en el muro del puente, el autobús se precipita al río. Encima del puente la vaca está muerta. Debajo del puente están muertos: una mujer vestida con un pantalón largo y blusa amarilla, de veinte años presumiblemente y que nunca será identificada; Ovídia Monteiro, de treinta y cuatro años; Manuel dos Santos Pinhal, portugués, de treinta y cinco años, que usaba una cartera de socio del Sindicato de Empleados de las Fábricas de Bebidas; el niño Reinaldo de un año, hijo de Manuel; Eduardo Varela, casado, cuarenta y tres años. El desastre fue presenciado por Elías Gentil dos Santos y su mujer Lucília, vecinos ...