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La Sirena - Ray Bradbury

  Allá afuera en el agua helada, lejos de la costa, esperábamos todas las noches la llegada de la niebla, y la niebla llegaba, y aceitábamos la maquinaria de bronce, y encendíamos los faros de niebla en lo alto de la torre. Como dos pájaros en el cielo gris, McDunn y yo lanzábamos el rayo de luz, rojo, luego blanco, luego rojo otra vez, que miraba a los barcos solitarios.  Y si ellos no veían nuestra luz, oían siempre nuestra voz, el grito alto y profundo de la sirena, que temblaba entre jirones de neblina y sobresaltaba y alejaba a las gaviotas como mazos de naipes arrojados al aire, y hacía crecer las olas y las cubría de espuma. —Es una vida solitaria, pero uno se acostumbra, ¿no es cierto? —preguntó McDunn. —Sí —dije—. Afortunadamente, es usted un buen conversador. —Bueno, mañana irás a tierra —agregó McDunn sonriendo— a bailar con las muchachas y tomar gin. —¿En qué piensa usted, McDunn, cuando lo dejo solo? —En los misterios del mar. McDunn encendió su pipa. Eran las sie...

El mar del espejo - Lawrence Yep

Cielo irreal. Mar irreal. Cuando se puso el sol enano y se enfrió la superficie del mar de cristal, fueron apareciendo jirones de una piel oscura y arrugada, y, entre ellos, pude ver mi propio reflejo. La imagen del ser humano con su traje espacial era tan perfecta que podría haber sido mi propio cuerpo irreal aprisionado dentro del mar, y mi persona sobre el mar podría ser sólo un objeto etéreo, un espíritu humano suspendido sobre los grandes y oscuros misterios de otro mundo, empeñado en recuperar su antiguo cuerpo. El aire color sangre pareció tornarse más oscuro y más sólido, como si el cielo se hiciera carne para envolverme. Incesantes ondulaban las olas desde el horizonte: marejadas de fluido resinoso se extendían perezosamente pendiente arriba, se detenían un instante como gigantescas amebas de transparente vidrio violeta para escurrirse luego otra vez hacia el mar. Las constelaciones desconocidas comenzaron a aparecer en el cielo violeta a mis espaldas y avisté la estre...

La coronación del señor Thomas Shap - Lord Dunsany

La ocupación del señor Thomas Shap consistía en persuadir a los clientes de que la mercancía era genuina y de excelente calidad, y que en cuanto al precio su voluntad tácita sería consultada. Para llevar a cabo esta ocupación todas las mañanas iba muy temprano en tren a unas pocas millas de la City desde el suburbio en donde pasaba la noche. Así era como empleaba su vida. Desde el momento en que por vez primera se dio cuenta (no como se lee un libro, sino como las verdades son reveladas al instinto) de la bestialidad propia de su ocupación, y de la casa en la que pasaba la noche -su aspecto, forma y pretensiones-, e incluso de la ropa que llevaba puesta, desde aquel mismo momento dejó de cifrar en ellos sus sueños, sus ilusiones, sus ambiciones; se olvidó de todo excepto de aquel laborioso señor Shap vestido con levita que adquiría billetes de tren, manejaba dinero y a su vez podía ser manejado por las estadísticas. Ni el sacerdote que había en el señor Shap, ni el poeta, tomaron jam...

Cosas - Úrsula K. Le Guin

En la playa, miraba a lo lejos, más allá de las largas líneas de espuma, donde estaban las islas, o donde se adivinaban. –Allí –le dijo al mar–, allí está mi reino. El mar le dijo lo que dice el mar a todo el Mundo. A medida que avanzaba la tarde desde detrás de su espalda, por encima del agua, las líneas de espuma palidecieron y amainó el viento, y al oeste, muy lejos, brilló una estrella, quizá, quizá una luz, o su deseo de una luz. Avanzado el crepúsculo, volvió a subir los escalones de piedra de su pueblo. Las tiendas y casas de sus vecinos estaban vacías, desocupadas; todo había sido recogido apresuradamente en preparación del final. Casi todo el Mundo estaba allá arriba, en Heights Hall, con los plañideros, o allá abajo, en los campos, con los iracundos.  Pero Lif no había podido recoger y vaciar su casa; sus mercancías y pertenencias pesaban demasiado para tirarlas, eran demasiado duras para romperlas, y eran imposibles de quemar. Sólo los siglos podían destruirlas. ...