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El leve Pedro - Enrique Anderson Imbert

Durante dos meses se asomó a la muerte. El médico refunfuñaba que la enfermedad de Pedro era nueva, que no había modo de tratarla y que él no sabía qué hacer... Por suerte el enfermo, solito, se fue curando. No había perdido su buen humor, su oronda calma provinciana. Demasiado flaco y eso era todo. Pero al levantarse después de varias semanas de convalecencia se sintió sin peso. -Oye -dijo a su mujer- me siento bien, pero ¡no sé!, el cuerpo me parece... ausente. Estoy como si mis envolturas fueran a desprenderse dejándome el alma desnuda. -Languideces -le respondió su mujer. -Tal vez. Siguió recobrándose. Ya paseaba por el caserón, atendía el hambre de las gallinas y de los cerdos, dio una mano de pintura verde a la pajarera bulliciosa y aun se animó a hachar la leña y llevarla en carretilla hasta el galpón. Pero según pasaban los días las carnes de Pedro perdían densidad. Algo muy raro le iba minando, socavando, vaciando el cuerpo. Se sentía con una ingravidez portentosa. Era l...

La tenebrosa casa de los Oidores

  A mediados del siglo xvi , existía un edificio de dos pisos en el centro de la Nueva España, sobre la acera oriente de la actual calle de Bolívar. Su aspecto, frío y lúgubre, correspondía con sus funciones: era el albergue de los oidores, temidos funcionarios del Santo Oficio. Día con día, los oidores se reunían en este sitio para acordar los castigos que impondrían a los herejes, brujos y relapsos ( Que reincide en un pecado del que ya había hecho penitencia o en una herejía a la que había renunciado). Alrededor de la mesa, sus mentes enfermizas trabajaban sin parar, deseosos de imponer tortura a quienes profesaban una religión contraria a la católica, como los llamados “judaizantes”, o que practicaban métodos curativos que eran calificados invariablemente de “brujerías”. El Santo Oficio perseguía a cualquiera que “amenazara la fe”, incluyendo especialmente a aquéllos que habían logrado hacerse de fortuna y bienes, todo lo cual terminaba en manos del clero; ya fuera que el...

Pedro Urdemales lo sabe todo - Cuento de América latina

 Por los caminos andaba Pedro Urdemales y todos hablaban de sus mil trampas y picardías. Un estanciero, que conocía su fama, creyó que sería fácil quitarle las mañas. Un patrón severo, que lo tratara con rigor, era todo lo que necesitaba ese atrevido para marchar derecho. Y lo tomó a su servicio. –Usted va a hacer exactamente lo que yo le diga. –Pero claro, patroncito –dijo Pedro–. Le voy a cumplir tal cual lo que usted ordene. –Muy bien –dijo el patrón, contento, pensando que con un par de gritos ya lo tenía controlado–. Mañana se va a arar el campo bien temprano. ¡Y no me ande con vueltas! Al día siguiente, bien temprano, Pedro Urdemales se levantó, unció los bueyes al arado y se largó a arar el campo todo derecho. Siguió derecho hasta llegar al alambrado, cortó el alambrado y siguió nomás, por el camino, por los campos de los vecinos. A la noche tuvieron que ir a buscarlo. Había llegado hasta otra provincia arando todo derecho sin parar. El patrón estaba furioso, pero ...

Diabólica Advertencia - Pedro Montero

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Cuando las casas se quedan vacías, cuando la última persona de la familia sale a la calle y cierra la puerta tras sí, ellos tienen su oportunidad. Se desprenden de las paredes silenciosamente y se van sentando en torno a la mesa camilla hundiendo sus pies en las ascuas del brasero, con la vana esperanza de calentar sus cuerpos yertos. Cuando los vivos se van a sus quehaceres y los otros van llegando y descansan un instante en su vagar eterno, el pájaro se retira tembloroso al fondo de su jaula y queda mudo, el gato se estrella repetidas veces contra el cristal de la ventana y acaba por refugiarse en un rincón hecho un ovillo, los perros aúllan de esa manera tan particular y fúnebre, y los peces, si los hay, desorbitan sus ojos y se quedan entre dos aguas sigilando su propio silencio. Por eso, si sois los últimos en abandonar la casa y advertís que se os ha olvidado algo, haríais bien en no volver a entrar, pero si acaso las circunstancias os obligaran a hacerlo, introducid ruidosamente...