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Mostrando las entradas etiquetadas como pintor

La tristeza de Cornelius Berg - Marguerite Yourcenar

Desde que había regresado a Amsterdam, Cornelius Berg vivía en una posada. A menudo cambiaba de alojamiento, se mudaba cuando tenía que pagar el alquiler aunque a veces pintaba pequeños retratos, cuadros de costumbres por encargo y fragmentos de desnudos, por aquí y por allá, para algún aficionado; y buscaba, a lo largo de las calles, la oportunidad de pintar un cartel.  Por desgracia, su mano temblaba y tenía que cambiar con frecuencia los cristales de sus anteojos por otros más gruesos; y el vino, al que se había aficionado en Italia, acababa de arrebatarle, junto con el tabaco, la poca seguridad que todavía conservaba su pincelada y de la cual seguía presumiendo.  Despechado, se negaba entonces a entregar su obra, echaba a perder todo con demasiados retoques o raspados, hasta que terminaba por abandonar su trabajo. Pasaba largas horas en el fondo de las tabernas llenas de humo como la conciencia de un borracho, en donde algunos de los antiguos alumnos de Rembrandt, que anta...

Cómo se salvó Wang‑Fô - Marguerite Yourcenar

     Avanzaban lentamente, pues Wang ‑ Fô se detenía durante la noche a contemplar los astros y durante el día a mirar las libélulas. No iban muy cargados, ya que Wang ‑ Fô amaba la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas, y ningún objeto del mundo le parecía digno de ser adquirido a no ser pinceles, tarros de laca y rollos de seda o de papel de arroz.       Eran pobres, pues Wang ‑ Fô trocaba sus pinturas por una ración de mijo y despreciaba las monedas de plata. Su discípulo Ling, doblándose bajo el peso de un saco lleno de bocetos, encorvaba respetuosamente la espalda como si llevara encima la bóveda celeste, ya que aquel saco, a los ojos de Ling, estaba lleno de montañas cubiertas de nieve, de ríos en primavera y del rostro de la luna de verano.      Ling no había nacido para correr los caminos al lado de un anciano que se apoderaba de la aurora y apresaba el crepúsculo. Su padre era cambista de oro; su madre era la hija únic...

La noche de La Valse - Francisco Tario

Tan pronto llegué a aquel pueblo, me dediqué a buscar ansiosamente al poseedor del singular retrato. Un pescador me dijo: —Es aquel hombre de barba blanca que tiende sus redes al sol. Me llegué hasta él, saltando unas matas, y nos encaminamos juntos a su casa. —Soy pintor —le dije en el trayecto— y la historia me interesa vivamente. Vi temblar sus ojos grises, bajo las cejas grises, en el rostro agrietado por el sol. —La historia es bien extraña —comentó; y aquella voz que embriagaba los sentidos era la única franca, saludable y alegre que escuché en mi vida—. Amaneció allá, entre los arrecifes de la costa, a bordo de una pequeña nave desarbolada, después de una noche de tormenta. Desde mi ventana vi albear su proa blanca, bajo la luz del sol que nacía. Me vestí rápidamente y bajé a la playa. Pude leer su nombre; un nombre extranjero e insulso, y mi curiosidad aumentó. Así pues, con la ayuda de una lancha me dispuse a ganar el navío. Penetré; pero en su interior había sólo ...