¡Oh, los bellos atardeceres! Ante los brillantes cafés de los bulevares, en las terrazas de las horchaterías de moda, ¿qué de mujeres con trajes multicolores, qué de elegantes "callejeras" dándose tono! Y he aquí las pequeñas vendedoras de flores, que circulen con sus frágiles canastillas. Las bellas desocupadas aceptan esas flores perecederas, sobrecogidas, misteriosas... - ¿Misteriosas? - ¡Sí, si las hay! Existe, - sabedlo, sonrientes lectoras -, existe en el mismo París cierta agencia que se entiende con varios conductores de los entierros de lujo, incluso con enterradores, para despojar a los difuntos de la mañana, no dejando que se marchiten inútilmente en las sepulturas todos esos espléndidos ramos de flores, esas coronas, esas rosas que, por centenares, el amor filial o conyugal coloca diariamente en los catafalcos. Estas flores casi siempre quedan olvidadas después de las fúnebres ceremonias. No se piensa más en ello; se tiene prisa por vo...