La sala de espera - R. V. Cassill
Una lluvia cálida y prometedora se abatía sobre el autocar que hacía el trayecto entre Washington y el empalme de Marengo. La nieve se estaba deshaciendo. El agua corría ennegrecida en las cunetas y entre las matas y los setos que bordeaban la carretera. Mary Adams estaba sentada con la cara pegada a la ventanilla, admirando la forma en que actuaba fuera la lluvia, y saboreando aún el estar sentada sin mojarse dentro del abrigo de acero del autocar, del abrigo de sus agradables ropas, y del impalpable abrigo de regresar a la universidad con un anillo de compromiso regalado por Joe Perry. Le faltaba una espera de diez minutos en el empalme de Marengo, cuarenta y cinco minutos más en un autobús hasta la terminal de Iowa City, seis más en taxi, uno andando, dos minutos para subir la escalera y estaría en su habitación de los dormitorios. Allí podría estar tendida en cama toda la noche, oyendo cómo la nieve se fundía con la lluvia, al otro lado de su ventana. Podría dormirse con ...