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El pescadorcito Urashima - Juan Valera

       Vivía muchísimo tiempo hace, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo.      Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues bien, cogió una grande tortuga con una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy raro. Bueno será que sepas una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años; al menos las japonesas los viven.      Urashima, que no lo ignoraba, dijo para sí:      -Un pez me sabrá tan bien para la comida y quizá mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel. Seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago.      Y en efecto, echó la tortuga de nuevo en la mar. ...

El Hipocampo de Oro - Abraham Valdelomar

  Como la cabellera de una bruja tenía su copa la palmera que, con las hojas despeinadas por el viento, semejaba un bersaglieri vigi­lando la casa de la viuda. La viuda se llamaba la señora Glicina.  La brisa del mar había deshilachado las hermosas hojas de la palmera; el polvo salitroso, trayendo el polvo de las lejanas islas, habíala tos­tado de un tono sepia y, soplando constantemente, había inclinado un tanto la esbeltez de su tronco. A la distancia nuestra palmera dijéra­se el resto de un arco antiguo suspendiendo aún el capitel caprichoso. La casa de la señora Glicina era pequeña y limpia. En la aldea de pescadores ella era la única mujer blanca entre los pobladores indíge­nas. Alta, maciza, flexible, ágil, en plena juventud, la señora Glicina tenía una tortuga. Una tortuga obesa, desencantada, que a ratos, al medio día, despertábase al grito gutural de la gaviota casera; sacaba de la concha facetada y terrosa la cabeza chata como el índice de un dardo; dejaba caer dos...

La deuda de la tortuga - Cuento de Camerún

 Mbo, la tortuga, se había quedado sin un centavo, lo que le pasaba bastante seguido. ¿Para qué cuidar algo que se podía conseguir tan fácilmente? –Cerdo, por favor, necesito que me prestes un poco de plata. –¡Nunca es un poco tratándose de Mbo! –le contestó el cerdo de mal humor–. ¿Y cómo puedo saber que me la vas a devolver? Pero Mbo se lo juró por la luna y el sol, por la salud de sus hijos y por la felicidad de su mujer, se lo juró por su vida y finalmente consiguió convencerlo. –Espero cobrar ese dinero en la próxima luna –dijo el cerdo. Pero pasó un mes, pasaron dos, tres, y la tortuga no parecía acordarse en absoluto de la deuda. Furioso, el cerdo decidió ir a la casa de Mbo a cobrar su dinero como fuera. Por la ventana, la tortuga vio que el cerdo gruñía de muy mal humor mientras se acercaba. En ese momento su esposa estaba moliendo maíz sobre una gran piedra. –Querida mía, quiero que escondas la piedra y uses mi caparazón como si fuera una piedra de moler –di...