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Yo, ministro de - Iban Zaldua

     Esto podría parecer un relato de ficción, pero no lo es. Juro que yo —permítaseme hacer uso del título del cargo más alto que llegué a ocupar, aunque no sea ya más que un doliente ex— ministro de, lo viví.       Que quizá no quede nadie más que conozca todos los detalles de la historia; que cuando yo muera, la verdad morirá conmigo: por eso confío en estos papeles, que intentaré ocultar, en la esperanza de que sirvan para algo más que para poner en orden los recuerdos, algo confusos ya, de un anciano.      Todo empezó en el año de. Llevábamos dos en guerra. Yo era —y nada me enorgullece más— un agente infiltrado en las filas del enemigo. Desde que estalló la sublevación, el Partido me destinó a tareas de espionaje tras las líneas de los facciosos.       Sin ningún antecedente rastreable, no me fue difícil vestir su maldito uniforme, demostrar mi valor en tres o cuatro acciones de escasa repercusión e incluso di...

El Caguamo - Eraclio Zepeda

—El Primitivo es un mal hombre —decían en el pueblo las viejas y los arrieros Había tenido que irse de Jitotol desde aquella noche en que mató a su mujer, la Eugenia. Desde entonces fue que ya no pudo quedarse más. Por eso prendió fuego a su casa y rompió todas sus pertenencias. Eugenia Martínez se llamaba la Eugenia. Era bonita y fuerte. Hasta la cintura le llegaban sus largas trenzas negras. Primitivo, desde que la vio, sólo en ella estaba pensando. No descansó hasta no verla trepada en la manzana de su montura, pasando a galope los últimos jacales del pueblo. Aquella noche empezó la desgracia del Primitivo. Primitivo Barragán la vio por primera vez una tarde en que regresaba de la milpa. Estaba la Eugenia lavando ropa en las piedras del río; aquellas piedrotas que parecían grandes tortugas blancas. —Hasta que jallé al venao —se dijo Primitivo. Quiso hablarle allí mismo. Que desde ese momento supiera por qué a Primitivo Barragán le decían el Caguamo. Quiso llevársela de un...