Entradas

La nueva temporada - Robert Bloch

 Harry Hoaker esperaba entre bastidores cuando las luces se apagaron. La familiar melodía sonó en estéreo; a la izquierda del presentador se vio un anuncio que enmarcó en un halo dorado su alegre rostro de fuertes mandíbulas. El presentador era gordo, porque los gordos resultan graciosos. –Hola Harry –saludó el presentador. Alargó las sílabas finales de cada palabra, de manera que el saludo sonó más bien así: «¡Holaaa Harryyy!». Lo cual también resultó gracioso. Siguió el estridente sonido de trompetas que se fundió con los aplausos. La luz del proyector se desvió a la derecha y apareció Harry, que avanzó hasta el centro del escenario mientras los aplausos aumentaban fragorosamente. Aquélla solía resultarle la parte más difícil: esperar a que la oleada de sonidos se acallara hasta quedar allí en medio, de pie, en el expectante silencio. Aunque ya se había convertido en una cuestión de rutina, algo mecánico, automático. Harry desechó ese pensamiento, y miró al frente. Los focos, en ...

Déposito de chatarra - William F. Nolan

     Se encontraba en las afueras del pueblo, un poco más allá de las vías abandonadas del tren de carga. Solía pasar por allí de camino al colegio, en las mañanas espejadas de Missouri y de nuevo, por las tardes de largas sombras, al volver a casa con los libros apretados contra el pecho, sin querer mirarlo. El depósito de chatarra.      A nosotros, los niños, siempre nos atemorizaba, incluso de día. Era viejo: llevaba en Riverton desde tiempo inmemorial. Abarcaba una manzana entera. Una desvencijada cerca de madera (¿había estado pintada alguna vez?) lo circundaba por completo. Los listones estaban podridos, y entre muchos de ellos había enormes grietas por las que se podían ver todos los coches destrozados y los camiones apilados obscenamente, cuerpo a cuerpo, en un abrazo de herrumbre. Había motores despanzurrados con los manguitos de agua rotos como vísceras revueltas, remolques de camiones dislocados, partidos e hinchados por el sol y la lluvia, y par...

Doble Vista - Ramsey Campbell

Key esperaba a Hester la primera vez que su piso comenzó a tener aquel aire hogareño. La pareja que vivía en el de arriba había salido un rato, y se habían acordado de apagar la televisión. Él recorrió las habitaciones de su casa en medio de aquel placentero silencio, haciendo sonar bajo sus pies los listones del suelo de madera, y cuando la puerta de la cocina se cerró tras él, reconoció el sonido.  Por primera vez, el piso le pareció cálido de verdad, y no sólo debido a la calefacción central. Se encontraba en plena tarea de preparar café cuando se preguntó a qué hogar se parecía su piso. El timbre sonó con suavidad; él había amortiguado el tono de la caja de resonancia. Retrocedió, cruzó la sala dejando atrás la estantería de libros y discos y tras recorrer el breve vestíbulo, le abrió la puerta a Hester. Ésta le rozó la mejilla con sus carnosos labios; sus largas pestañas le tocaron el párpado como la promesa de otro beso. –Lamento llegar tarde. Tuve que grabar al alcalde –murm...

El Duende-Beso - Juan Valera

  I      Notabilísimo huésped había llegado al convento de Capuchinos de la villa, allá por los años de 1672. Famoso era el huésped en todas partes por la agudeza de su ingenio, por el profundo saber que había adquirido y por las obras científicas en que le divulgaba. Baste decir, y está todo dicho, que el huésped era el reverendísimo padre fray Antonio de Fuente la Peña, ex provincial de la Orden.      Después de comer con excelente apetito y de dormir una buena siesta, para reposar de las fatigas del viaje, fray Antonio recibió en su celda al padre guardián, fray Domingo, y habló a solas con él sobre el importante asunto que le había impulsado a ir a aquella santa casa.      -Sé por fama -le dijo- el extraño caso de mi señora doña Eulalia, hija única del ilustre caballero don César del Robledal. Y considerado bien y ponderado todo, me atrevo a sostener que la joven no está posesa ni obsesa. ...

Hotel K. - José Luis Zárate

     Cuando Gregorio Samsa despertó, con un horrible sabor en la boca, se encontró en un hotel de tercera, junto a una desnuda desconocida. Se quedó mirando el techo recordando que su esposa lo esperaba para festejar su aniversario.     -Soy un insecto- se dijo.

Rincón de la poesía: Mies Del Dolor - Blind Guardian

  Ella partió Y el bosque durmió La doncella nunca volverá El sello del olvido se ha roto Y en pecado un amor tornará Nuestra vida sola baila Esperanza gritos cubrirá La verdad en el pasado Sueños mentiras mostrarán La noche vendrá Dolor quedará De repente todo se aclaró La venda de los ojos cayó Sus ojos cerró Y mi nombre gritó Ella nunca nunca mas fue vuelta A ver Mies del dolor Tu fruto creció En helada tierra de pesar Cuando muera la luz La noche invernal Vendrá Ella partió Y yo pierdo la fe Mis heridas no podrán sanar Traeré al ocaso Pese a que seré burlado yo Por la vida y el juicio final Amanece en la vida y sé Que pronto todo pasará Y enfrento las sombras de pie en soledad Mies del dolor Tu fruto creció En helada tierra de pesar Cuando muera la luz La noche invernal Vendrá

La muñequita - Juan Valera

Hace ya siglos que en una gran ciudad, capital de un reino, cuyo nombre no importa saber, vivía una pobre y honrada viuda que tenía una hija de quince abriles, hermosa como un sol y cándida como una paloma.      La excelente madre se miraba en ella como en un espejo, y en su inocencia y beldad juzgaba poseer una joya riquísima que no hubiera trocado por todos los tesoros del mundo.      Muchos caballeros, jóvenes y libertinos, viendo a estas dos mujeres tan menesterosas, que apenas ganaban hilando para alimentarse, tuvieron la audacia de hacer interesadas e indignas proposiciones a la madre sobre su hermosa niña; pero ésta las rechazó siempre con aquella reposada entereza que convence y retrae mil veces más que una exagerada y vehemente indignación.       Lo que es a la muchacha nadie se atrevía a decir los que suelen llamarse con razón atrevidos pensamientos. Su candor y su inocencia angelical tenían a raya a l...