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El pescadorcito Urashima - Juan Valera

       Vivía muchísimo tiempo hace, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo.      Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues bien, cogió una grande tortuga con una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy raro. Bueno será que sepas una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años; al menos las japonesas los viven.      Urashima, que no lo ignoraba, dijo para sí:      -Un pez me sabrá tan bien para la comida y quizá mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel. Seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago.      Y en efecto, echó la tortuga de nuevo en la mar. ...

¡Que Peligro Matar! - Armando José Del Valle Rodríguez

- ¡Vamos deprisa! Comienza a amanecer y pronto Emiliano llegará al cruce del camino.- bajando la voz como temiendo ser escuchado, le susurraba   Plinio a su compañero escondiéndose tras la gigantesca ceiba de donde se divisaba a lo lejos, en el fértil valle, el pueblo del Mortiño.     Para abril, en aquellas frías tierras, los destellos del alba   invadían la oscuridad con más premura, como la que vivían aquellos dos maleantes en espera de su   inocente víctima. - Ya llega. Agáchese... - Plinio murmurando le dice a su compinche. Emiliano, con signos de cansancio, lleva paso a paso   su desgarbado caballo. De repente saltan de la maleza los bandidos y en medio de nada, lo han derribado a tierra. El destello de sus cuchillos rasga el alba, y el silencio sonoro de los grillos madrugadores   es atravesado por los lamentos de Emiliano herido de muerte. Rápidamente los fascinerosos han tomado sus sombreros y mochilas resguardados tras la ceiba y pr...

La prima de Vera - Zoé Valdés

Ya está aquí, repitiendo la anhelada visita anual. Llega, deposita sus valijas y en seguida la casa se llena de aromas tropicales, adelfas, jazmines, vicaria blanca, gladiolos, rosas amarillas, girasoles, acacias, orquídeas, helechos, boquitas de león, tulipanes, violetas, siemprevivas, buganvillas, y hasta marpacíficos.  Sorprende su regocijo, la prima de Vera posee una alegría tan fuera de lo común que da miedo, lo trastoca todo como si se apoyara en una varita mágica. Cuando ríe lo hace acaparando el más mínimo espacio, ya no queda sitio para otra risa.  Sin preocuparse de las miradas extiende los brazos hacia atrás, abre la larga cremallera a su espalda y de un tirón se saca por encima de la cabeza el vestido de seda gris con diminutos motivos floreados.  Va hacia el refrigerador paseándose en paños menores, es decir, en blúmer y ajustador; la piel tersa y acaramelada roza los lugares más tontos, la punta de la mesa con el muslo, cuidado, te harás un morado, le di...

Del misterio - Ramón del Valle Inclán

  ¡Hay también un demonio familiar! Yo recuerdo que, cuando era niño, iba todas las noches a la tertulia de mi abuela una vieja que sabía estas cosas medrosas y terribles del misterio.  Era una señora linajuda y devota que habitaba un caserón en la Rúa de los Plateros. Recuerdo que se pasaba las horas haciendo calceta tras los cristales de su balcón, con el gato en la falda.  Doña Soledad Amarante era alta, consumida, con el cabello siempre fosco, manchado por grandes mechones blancos, y las mejillas descarnadas, esas mejillas de dolorida expresión que parecen vivir huérfanas de besos y de caricias.  Aquella señora me infundía un vago terror, porque contaba que en el silencio de las altas horas oía el vuelo de las almas que se van, y que evocaba en el fondo de los espejos los rostros lívidos que miran con ojos agónicos.  No, no olvidaré nunca la impresión que me causaba verla llegar al comienzo de la noche y sentarse en el sofá del estrado al par de mi abuela. D...

Rincón de la poesía: Agosto - James Kambos

  Soy el más brillante, el Sol. Estamos en verano, mi estación ha empezado. Cuando las rosas, ya florecidas, se curvan bajo su propio peso. Yo asciendo en mi trono, llevando mi flamígera corona. Pinto el jardín de tonos brillantes. Pero hay algo más profundo que también hago: enciendo el amor, la emoción, la pasión; convierto los pensamientos en actos. Incluso aún cuando no puedes ver mi dorada esfera,  en la felicidad, en la tristeza, siempre estoy ahí.

El espejo de Matsuyama - Juan Valera

     Hace mucho tiempo vivían dos jóvenes esposos en lugar muy apartado y rústico. Tenían una hija y ambos la amaban de todo corazón. No diré los nombres de marido y mujer, que ya cayeron en olvido, pero diré que el sitio en que vivían se llamaba Matsuyama, en la provincia de Echigo.      Hubo de acontecer, cuando la niña era aún muy pequeñita, que el padre se vio obligado a ir a la gran ciudad, capital del Imperio. Como era tan lejos, ni la madre ni la niña podían acompañarle, y él se fue solo, despidiéndose de ellas y prometiendo traerles, a la vuelta, muy lindos regalos.      La madre no había ido nunca más allá de la cercana aldea, y así no podía desechar cierto temor al considerar que su marido emprendía tan largo viaje; pero al mismo tiempo sentía orgullosa satisfacción de que fuese él, por todos aquellos contornos, el primer hombre que iba a la rica ciudad, donde el rey y los magnates habitaban, y donde hab...