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Mostrando entradas de 2025

Las metamorfosis del Vampiro - Charles Baudelaire

La mujer, con toda naturalidad,  como serpiente sobre ascuas, y deleitándose  y frotándose los senos con las ballenas del corsé, de su boca  de fresa exhalaba palabras impregnadas de almizcle:   «Tengo húmedos los labios, y conozco la ciencia  que echa a perder en un lecho a la conciencia.  Todos los llantos seco en mis pechos triunfantes,  y a los viejos hago reír con risa de niños.  ¡Para quien me ve desnuda y sin velo, yo suplo  a la luna y al sol, al cielo y a las estrellas!  Así es, querido sabio, tan docta soy en voluptuosidades  cuando en mis brazos temidos aprisiono a un hombre,  o al abandonar a los mordiscos mi busto,  tan trémula y libertina, tan frágil y robusta soy  que en estos colchones que de emoción se desmayan,  ¡hasta los ángeles impotentes por mí se condenarían!».   Cuando de los huesos toda la médula me sacó,  y al volverme, lánguidamente, hacia ella, para  rendirle un beso de ...

El árbol de la buena muerte - Hector G. Oesterheld

María Santos cerró los ojos, aflojó el cuerpo, acomodó la espalda contra el blando tronco del árbol. Se estaba bien allí, a la sombra de aquellas hojas transparentes que filtraban la luz rojiza del Sol. Carlos, el yerno, no podía haberle hecho un regalo mejor para su cumpleaños. Todo el día anterior había trabajado Carlos, limpiando de malezas el lugar donde crecía el árbol. Y había hecho el sacrificio de madrugar todavía más temprano que de costumbre para que, cuando ella se levantara, encontrara instalado el banco al pie del árbol. María Santos sonrió agradecida; el tronco parecía rugoso y áspero, pero era muelle, cedía a la menor presión como si estuviera relleno de plumas. Carlos había tenido una gran idea cuando se le ocurrió plantarlo allí, al borde del sembrado. Tuf-tuf-tuf. Hasta María Santos llegó el ruido del tractor. Por entre los párpados entrecerrados, la anciana miró a Marisa, su hija, sentada en el asiento de la máquina, al lado de Carlos. El brazo de Marisa descansaba e...

Los árboles parlantes - Juan-Jacobo Bajarlía

Hay árboles que hablan y hay árboles que formulan enigmas.  En mi cuaderno de apuntes tengo algunos ejemplos que probarían esta monstruosidad. Pierre Desvignes, canciller de Federico II (siglo XIII) acusado injustamente de traición, fue condenado a perder sus ojos. Sobrevivió al suplicio. Pero ya en la prisión, golpeó su cabeza contra los muros hasta quitarse la vida. Con éste hablará el Alighieri en un bosque cuyos árboles eran las estructuras de los que un día eligieron el suicidio.  Metamorfosis de los violentos contra sí mismos (Inf. 33/151). Los que creen que esto es una ficción, no han podido explicar por qué Charles Sorel en el siglo XVII habló con su hermano suicida dirigiéndose a un árbol tres días después del fallecimiento.  Este árbol le reveló el secreto del suicida y de la traición que acechaba al mismo Charles Sorel si no mataba en duelo a su propio padre, casado incestuosamente con su hermana, y de los cuales descendían ellos. El duelo se realizó. Pero Char...

Repuestos, repuestos - Carlos D. J. Vázquez

Agazapado junto a la viga, esperó oculto entre las largas sombras de las chimeneas. Tenía los miembros entumecidos y el frío comenzaba a calarle los huesos. Encendió el protector térmico del traje y unos segundos después se sentía mucho más cómodo, reconfortado. La luna, detrás del humo y las nubes, lo espiaba desde un charquito olvidado por la última lluvia. Transcurrieron tres horas antes de que pasara algo. Una sombra abrió la puerta que daba a la escalera del edificio y con tranquilidad se dirigió al pequeño vehículo que lo esperaba levitando unos metros sobre la azotea. La esfera luminiscente que llevaba en sus manos alcanzaba a acariciar su rostro con un brillo espectral. El siguió esperando, conteniendo la respiración para no delatarse. Cuando ese alguien estuvo lo suficientemente cerca, disparó. La descarga envolvió al ladrón, que se sacudió espasmódicamente hasta quedar inmovilizado. Avanzó y le quitó la esfera. En su interior había lo suficiente como para vaciar la bitl...

El último sueño del viejo roble - Hans Christian Andersen

Había una vez en el bosque, sobre los acantilados que daban al mar, un vetusto roble, que tenía exactamente trescientos sesenta y cinco años. Pero todo este tiempo, para el árbol no significaba más que lo que significan otros tantos días para nosotros, los hombres. Nosotros velamos de día, dormimos de noche y entonces tenemos nuestros sueños. La cosa es distinta con el árbol, pues vela por espacio de tres estaciones, y sólo en invierno queda sumido en sueño; el invierno es su tiempo de descanso, es su noche tras el largo día formado por la primavera, el verano y el otoño.   Aquel insecto que apenas vive veinticuatro horas y que llamamos efímera, más de un caluroso día de verano había estado bailando, viviendo, flotando y disfrutando en torno a su copa. Después, el pobre animalito descansaba en silenciosa bienaventuranza sobre una de las verdes hojas de roble, y entonces el árbol le decía siempre: –¡Pobre pequeña! Tu vida entera dura sólo un momento. ¡Qué breve! Es un caso bien tris...

¿Quién hay ahí? - John W. Campbell

1 Aquello hedía. Con un hedor extraño, el hedor de una mezcla de olores que sólo conocen las cabañas sumergidas en los hielos de un cam­pamento antártico, y en el que se advierten el olor a sudor humano y el denso dejo a aceite de pescado de la esperma de foca derretida. Un dejo a linimento combatía el rancio hedor a pieles impregnadas de sudor y de nieve. El acre olor a grasa de cocinar quemada y el olor animal y no desagradable de los perros, diluidos por el tiempo, se cernían en el aire. Los olores a aceite de máquina que subsistían contrastaban clara­mente con el de los arneses y cueros. Pero, en cierto modo, entre todo aquel hedor a seres humanos y a sus compañeros —los perros, las máquinas y la cocina— se percibía otra tonalidad. Era algo raro, asfixiante, el dejo apenas perceptible de un olor extraño entre los olores de la industria y de la vida: Y era un olor a vida. Pero provenía del objeto que yacía atado con cuerdas y lona embreada sobre la mesa, goteando lenta y met...