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De la sabiduría de los humildes - Rodolfo Modern

Wai Te, un ebanista simple de corazón y muy hábil, fabricaba en madera de oscura caoba un arcón complicado, lleno de herrajes, molduras y divisiones, destinado a guardar las ricas túnicas del emperador, hechas de seda, oro y brocados. Mientras tanto, veía jugar en la calle a un grupo de niños desarrapados y hambrientos. Cuando el emperador recibió el mueble y fue a abrirlo, encontró en el fondo del arcón, y sobre una almohadilla de terciopelo, un trapo desgarrado y muy zurcido con una inscripción que decía: "Traje de ceremonia de los niños de la calle donde vive Wai Te, el ebanista".

La oveja negra - Augusto Monterroso

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

Aquí nomás de hablador - Gustavo Masso

¿Se imaginan lo que es estarse un domingo encerrado toda la tarde? Con el televisor descompuesto, el tocadiscos empeñado y sin tener siquiera un pinche quinto, ya de perdida para invitar a Conchita la del dos a ver la que pasan en el Mariscala.  Porque claro, como de costumbre la quincena nada más me duró una semana y parecía que faltaban siglos para el día de pago.  Pero ustedes ya han de haber pasado por todo esto, ¿verdad?, así que para qué les voy a amargar el rato. Pos ya saben, así andaba yo, como león enjaulado, parriba y pabajo y ya se me hacía chiquito el cuarto, pero lo que más me desesperaba era lo silencioso que estaba el edificio. Carajo, ni siquiera se oían gritar los escuincles de la portera que son bien chillones. Por eso mejor agarré mi chamarra y que me salgo para la calle. Y ai me tienen, camine y camine como pinche loco, parándome de repente a ver las carteleras de los cines que pasan puras películas de esas pornográf...

Talento - Robert Bloch

  Quizá sea una lástima que no se supiera nada de los padres de Andrew Benson. Las mismas razones que los condujeron a abandonarlo en la escalera de entrada del Orfelinato de San Andrews, constituyeron asimismo la causa de su discreto anonimato. El hecho ocurrió en la mañana del 3 de marzo de 1943 -en plena guerra, como cualquiera puede recordar-, de modo que el niño podía ser muy bien tomado como un producto de los avatares bélicos. Sucesos similares ocultaban la singularidad de cualquier caso, incluso en Pasadena, que era donde el Orfelinato estaba ubicado. Tras las usuales tentativas y las infructuosas pesquisas, las buenas hermanas lo tomaron. Allí adquirió su primer nombre, del patrón y patronímico santificado que bautizaba el establecimiento. El «Benson» le fue añadido unos años más tarde, por una pareja que lo adoptó ocasionalmente. Es difícil, después de tanto tiempo, calibrar la clase de muchacho que fue Andrew; el orfanato posee archivos, pero meramente contienen fi...

El capitán de la astronave «Polus» - Valentina Zuravleva

Pienso que debería comenzar explicando en unas pocas palabras la razón que me trajo al Archivo Central de Astronáutica. De otro modo, mi historia podría parecer incompleta. Soy médico de a bordo y he participado en tres expediciones al cosmos. Mi especialidad médica es la psiquiatría: la astropsiquiatría, como se llama hoy.  El problema del que me ocupo tuvo su origen hace mucho tiempo, en el decenio comprendido entre 1970 y 1980.  Entonces el vuelo desde la Tierra a Marte duraba más de un año, y para llegar a Mercurio eran necesarios cerca de dos. Los motores trabajaban sólo en las fases de la partida y de la llegada. Las observaciones astronómicas no se hacían desde los cohetes, sino desde obser­vatorios especiales instalados sobre satélites artificiales.  ¿De qué se ocupaba entonces la tripulación durante los largos meses del viaje? Casi de nada. La forzada inacción causaba agotamientos nerviosos, estados de postración, enfermedades. La lectura y la radio no podían s...