El Rey - William Relling. Jr


Macho, eso ocurrió hace un tiempo y aún estoy temblando. Pero, ¿y quién no? Probablemente nunca voy a dejar de temblar, al menos mientras pueda recordar lo que vi. Y realmente no es probable que lo olvide.

Ni siquiera he vuelto a tocar los palillos desde entonces. Una especie de retiro forzoso, ya sabes. No creo que pueda volver a ponerles la mano encima, aunque tampoco he sentido muchas ganas de intentarlo. Y no pienso hacerlo en mucho tiempo. No por mucho tiempo.

No es que no impresionara a todos los demás que estaban allí, como los chicos de la banda, o la gente de aquel teatro, o cualquiera que lo leyó más tarde, los cuales realmente no sabían qué había ocurrido. Pero yo le vi y él estaba allí, y la muerte de Jay y la muerte de Tommy, yo sé que fue él. Lo sé.
Porque yo trabajé para él. 

¿Recuerdas allá por el sesenta y nueve, cuando hizo aquella reaparición y dio aquella gran sesión en Las Vegas, y la gira, y aquella película en Hawai? Esa que pasaron por la televisión un par de veces. Bien, yo trabajé en parte de aquella gira. 

Cuando estaban tocando por el Medio Oeste e hicieron aquella sesión en Kansas City y Ronnie Tutt cayó con la gripe, fui contratado —uno de los trompetistas me conocía, pues habíamos trabajado juntos antes— hasta que Ron se pusiera bien. Así que actué en St. Louis y Chicago, y entonces Ron volvió. Pero me quedé por allí y conseguí empleo como percusionista debido a que le caía bien a El Hombre, ya sabes, y deseaba tenerme por allí. Sólo como un favor.

Fue un trabajo estupendo, porque él pagaba muy bien a la banda, y todo era de primera clase durante toda la gira. Y aquellos chicos, aquellos tipos de la banda, sabían tocar. Glen Hardin estaba al piano y hacía casi todos los arreglos y era estupendo, macho, realmente estupendo. Y James Burton, el guitarrista. Nunca he oído a nadie que toque como él. Sólo por estar con aquellos tipos valía la pena. Sí, valía la pena.

Pero El Hombre mismo era también grande. Era El Rey, ya sabes, tal como él decía. Quiero decir que un montón de gente sólo le conocía de los primeros días y de Hound Dog y de Ed Sullivan, o quizá de todas esas películas que hizo y que no eran gran cosa. O tal vez sólo le conozcan del último año o así antes de que muriera, cuando estaba tan mal, ya sabes, cuando había engordado tanto y su voz se iba y todas esas historias acerca del alcohol y las píldoras y toda la mierda.

Pero cuando yo le conocí estaba en la cumbre. Arriba del todo. Estaba en buena forma —trabajaba duro, ya sabes, ejercicio y karate y todo lo demás, dos, tres horas al día—, y su voz estaba realmente afinada y era fuerte. Dios, podía cantar. ¿Has visto alguna vez esa cosa en la televisión desde Hawai? Era grande. Realmente grande.

Y podía llevarse de calle a las multitudes. Absolutamente. No sólo a las nenas, sino también a los chicos. Y no sólo a la gente joven, sino que gustaba también a las viejas señoras y a las amas de casa y a las niñitas y a todos. Chillaban y se desmayaban y mojaban sus pantalones. Los tema en un puño, macho, y lo sabía todo el tiempo. Era increíble. Como si encendiera un fuego debajo de cada uno de ellos. Y lo hacía. 

Realmente era así.

Nosotros podíamos sentirlo también, con sólo tocar detrás de él. Y aún le quedaba algo de eso al final, ya sabes. Ese fuego, esa electricidad. Incluso cuando ya iba para abajo, cuando estaba muriéndose, todavía seguían aferrados a él. Incluso cuando estaba gordo y enfermo y todo y ya no podía cantar como antes. Pero seguía siendo El Hombre. Aún los tenía en un puño, aunque estuviera en baja forma.

Mira lo que ocurrió cuando murió.

Esa gente pensaba que era alguna especie de dios o algo así, y vinieron de todas partes del mundo al funeral. Como si fuera algo más que un ser humano normal, como si no fuera como el resto de nosotros, ya sabes. Y realmente era así, en cierto sentido. Era especial. Y cualquiera que le hubiese conocido, o que creyera que le había conocido, o que le hubiera querido, estaba allí. 

Eran miles. Jesús, yo estaba allí y era..., bien, como nadie fuera de toda aquella gente podrá llegar a creerlo, ya sabes, y todos se sentían muy tristes. Como si él no tuviera derecho a ser mortal y realmente no pudiera morir. Podías sentirlo como un peso sobre tus hombros en aquella multitud, aquella especie de ¿cómo-puede-habemos-hecho-esto-a-nosotros? Realmente, no podía estar muerto.

Aún hoy siguen acudiendo.

Ahora que pienso de nuevo en ello, quizá eso formaba parte de lo que ocurrió después. Ya sabes, toda aquella gente negándose a aceptar que estaba muerto, deseando que volviera, rezándole como si él fuera un dios...

Quizá eso formaba parte de ello. Eso y algo más.

Los timadores. Los traficantes. Los asquerosos bastardos que acudieron zumbando como moscardones para sacar un dólar de todo aquel dolor, de todo aquel amor, de toda aquella adoración. Me puso enfermo ver aquellos tipos en la calle, macho, delante mismo de aquella maldita tumba, vendiendo ceniceros y camisetas y fotos y discos. 

Y la gente, esos miles y miles de personas comprándolo todo, simplemente porque le querían y no deseaban que se fuera. Como si tuvieran que llevarse parte de él para conservarlo. Los hubiera echado a todos, y le di de puñetazos a uno de esos tipos, uno que estaba vendiendo collares de pequeños ataúdes plateados, con su nombre grabado en ellos. Tuvieron que sujetarme para que no matara a aquel hijo de puta.

Pero conocí a Jay, y Jay era honesto consigo mismo, y llevaba componiendo su propio material desde hacía un par de años. El Hombre mismo había visto a Jay en una ocasión y más tarde se habían encontrado un par de veces, y realmente comprendió lo que hacía. 

Dijo que Jay era el único tipo que había visto nunca que podía hacerlo bien, ya sabes. Y Jay era un gran admirador suyo. Pero Jay hacía otra cosa en sus actuaciones; ya sabes, su propio material y todo lo demás. Y, como digo, Jay llevaba pateándose el país desde hacía tiempo.

De modo que no fue idea de Jay, realmente, sino de Tommy Adams, que había oído a Jay en un club en Knoxville. Fue él quien vino con la idea para el cambio en sus actuaciones y la oferta para ser el manager de Jay si éste seguía adelante. 

Muchos billetes, dijo Tommy. 

Por aquella época yo llevaba tocando con Jay desde hacía unos seis meses. Me contrató después de que su antiguo batería se fuera allá por Springfíeld, Illinois, y yo había vuelto al Medio Oeste después de patearme la zona de Los Ángeles durante un par de años y me las arreglaba a duras penas. 

No trabajaba regularmente cuando me encontré con Jay, y él me dio el trabajo. De todos modos, cuando Tommy Adams fue hasta él con la oferta aquel septiembre, Jay acudió a mí. Sabía que yo había conocido personalmente a El Hombre —igual que él— y deseaba saber cómo me sentía al respecto. Así que hablamos.

Le dije lo que pensaba de Tommy Adams, pero que realmente no veía nada malo en el cambio, porque sabía de dónde venía él, me refiero a Jay, ya sabes. Un homenaje, ¿eh? Una especie de conmemoración. El dinero no tenía nada que ver con ello.

Oh,no.

Así que Jay aceptó y se convirtió en Jay Redman, Príncipe Coronado en el trono de El Rey. De lleno al traje blanco y el pañuelo al cuello, las lentejuelas, las piedras preciosas falsas, la guitarra acústica nacarada, el pelo y las patillas, la sonrisa, las joyas, los pantalones ajustados, el movimiento de caderas y los golpes de karate. De lleno a Heartbreak Hotel, In the Ghetto, Burnin' Love, Jailhouse Rock y todo lo demás.

Y yo me metí de lleno con él.

Quizá no debiera decir eso, no lo sé. Por aquella época no pensaba que fuera malo en absoluto. Jay tuvo éxito casi de inmediato, y Tommy nos conseguía actuaciones por todo el sur y el Medio Oeste, de Fort Lauderdale a Chicago, a Atlanta, a Nashville, a Nueva Orleans, a St. Louis, en clubs y teatros de cena-espectáculo y bares y de todo. Al llegar febrero me sacaba casi cinco billetes a la semana, sólo para mí. Tommy no estaba bromeando cuando dijo que habría entonces montones de billetes. Para todos nosotros.

Pero no se trataba del dinero.

Era realmente extraño. Actuábamos, ya sabes, en todos esos clubs de cena-espectáculo y todo eso, y la gente, macho, era sencillamente asombrosa. Quiero decir que Jay era bueno y había aceptado hacer aquello y todo lo demás, pero seguía siendo Joe. Lo estaba imitando. Era una actuación, ¿comprendes?

Pero la gente... Era como estar de vuelta en aquella vieja gira, con las nenas chillando y desmayándose, y tendiendo las manos para tocar a Jay cuando éste movía las caderas o sonreía, o les guiñaba un ojo.

Curioso. Debía de haber por lo menos un centenar de otros tipos por todo el país haciendo lo mismo, y, por lo que había oído, las cosas eran iguales con todos ellos. La gente simplemente estaba loca por conservar algo.

Pero Jay se tomaba las cosas con calma y seguía siendo simplemente Jay. No había ninguna transformación mágica ni nada parecido, en la que Jay empezara a hablar como El Hombre cuando estaba fuera del escenario o se sintiera poseído o cualquiera de esas otras tonterías que puede que hayas oído. Sabía que se trataba de una actuación, así que en el escenario y fuera de él seguía siendo siempre Jay. Seguro, conseguía toda la atención y el dinero que quería, pero seguía siendo siempre él mismo.

Pero Tommy, ¡huau! No es que Tommy se volviera realmente loco, al menos no psicológicamente o algo parecido. Era el dinero, ya sabes. La pasta empezó a entrar, y Tommy iba todo el tiempo andando por ahí con esos grandes signos del dólar en los ojos. Todo lo que le importaba era el dinero. Tommy era otro buitre, exactamente igual que todos aquellos otros tipos.

Lo que hizo que todo empezara fue cuando Tommy firmó el contrato de Jay para esa actuación en televisión y que era una especie de tête-à-tête para los siete o así mejores personificadores que actuaban por ahí. Así que hicimos la sesión en Las Vegas, en el «Caesar's Palace». Un buen asunto, ¿eh? Mucha pasta. Todo fue estupendamente.

Excepto que Jay pierde y termina detrás de un par de tipos que quizá se parecían un poco más a El Hombre o se movían más como él o sonaban más como él o —como yo dije— simplemente eran mejores que Jay. ¿Y qué? Ya sabes. Nos pagaron igual, y no lo hicimos mal del todo. Jay estuvo bien, como siempre, y no íbamos a tener menos trabajo ni a perder nada por ello. Había suficiente para nosotros y para todos aquellos otros tipos, y no por eso íbamos a vernos apeados del negocio.

Sin embargo, Tommy no es feliz. No estamos haciendo lo suficiente, dice. Tenemos que ir hasta el final, dice. Necesitamos otra idea, dice, como si aquello no fuera ya suficiente idea. Así que intenta convencer a Jay de que cambie su cara, por los clavos de Cristo, como haría cualquier payaso de Florida, pero Jay le manda a tomar viento.

Así que Tommy vuelve con otra cosa distinta. El concierto de homenaje, ¿de acuerdo? En Memphis, el 16 de agosto, el aniversario del día en que El Hombre murió. Y todo el tiempo está Tommy explicándole esto a Jay y a mí y al resto de la banda, y yo escuchando todo el rato ese ka-ching como una pequeña caja registradora en la cabeza de Tommy, y viendo de nuevo esos signos de grandes dólares en sus ojos.

Pero todos decimos que de acuerdo, que haremos el trabajo, y luego no pensamos más en ello. Excepto Danny Palmer, el bajo, que vino con nosotros aproximadamente por la época en que Jay cambió su actuación. No pienso hacerlo, le dice Dan a Tommy. Me largo.

Esto es una gran sorpresa para todos nosotros, ya sabes, porque las cosas marchan bien y el dinero entra a espuertas, y Dan es un buen bajo. Sin embargo, Tommy no se muestra preocupado en absoluto, porque piensa qué infiernos, hemos obtenido una buena actuación y contrataremos a otro bajo; no hay por qué alarmarse. Lo cual era cierto, por supuesto. Pero había algo acerca de Danny Palmer que me preocupó a mí personalmente.

Así que le pregunté, eh, Daniel, ¿por qué te largas?
Y al principio es algo así como, bien, ya hemos hecho todas esas actuaciones, y la verdad es que empiezo a estar cansado de todo eso.
Pero nada de eso me suena a verdad. Vamos, hombre, le digo. Sé sincero conmigo. Anda, cuéntamelo.
Está asustado. Está asustado y no sabe por qué.
¿Asustado?, digo. ¿Asustado de qué?
No lo sé, dice.
Y yo no sé qué decirle.
Luego dice, así son las cosas. Esa gente y Jay y Tommy y el resto de nosotros. Entonces se interrumpe y me mira de una forma realmente curiosa.
¿Sabes lo que es la necrofilia?, pregunta.
No.
Me cuenta acerca de ello, y que lo que estamos haciendo es en cierto modo horrible, alarmante y definitivamente indigno. Ocurrirá algo malo, dice.
Y yo me echo a reír.
Entonces él se volvió como loco y se largó, y así quedaron las cosas. Pero seguí preocupado por todo aquello, aunque realmente no volví a pensar en ello hasta mucho después.

De todos modos, contratamos a Bobby Redman, que era primo de Jay, para tocar el bajo, y seguimos adelante, actuando como antes. No había ninguna razón para que yo pensara que había algo malo en aquello, a pesar de lo que pudiera decirme Dan Palmer. Además, fue olvidado casi inmediatamente después de haberse ido.

Y aquel día 16 las cosas fueron estupendamente. Había un montón de gente en la ciudad, ya sabes, y las entradas para el espectáculo estaban agotadas desde hacía varias semanas, así que firmamos por una segunda sesión y las entradas de ésa también se agotaron, tal como Tommy había imaginado que ocurriría. Jay se sentía bien y relajado, y todos estábamos estupendos.

Aquella tarde, Jay y Bobby y yo fuimos a la mansión, donde El Hombre estaba enterrado. Nos mezclamos con la multitud, que era realmente grande; lo cual no es ninguna sorpresa, supongo. Pero tuve la misma sensación que había tenido antes, ya sabes, esa tristeza y esa especie de peso sobre mis hombros, y miré a Jay y él estaba mirando a la tumba, y sus ojos eran realmente vidriosos y estaba pálido. De modo que dije, eh, macho, vamonos de aquí, y Jay simplemente asintió y nos marchamos.

Fuimos al teatro y directamente a los camerinos, y Jay estuvo realmente quieto durante un rato. Luego estuvo bien de nuevo. Ir a la mansión le había chafado, dijo.

Muy pronto aparece el resto de la banda y Tommy está de vuelta con nosotros. Nos preparamos para la actuación y él no deja de palmearnos en la espalda y de decimos lo grandes que somos y lo grande que es Jay y todo eso. Son las nueve.

Las luces de la sala se apagan y todo el mundo excepto Jay pisa el escenario, que está negro como la tinta. Luego los amplificadores empiezan con Así hablaba Zaratustra... Ya sabes, 2001. Termina ésta y abrimos con los primeros compases de C C Rider, y la gente se pone ya en pie.

Entonces se encienden los focos y barren el público y luego el escenario, y, ¡jang!, ahí está Jay, saltando desde la izquierda del escenario, agitándose y enviando besos al público. Y los tiene en un puño, macho, los tiene en un puño. El lugar enloquece del todo.

Hacemos todo el programa, y cada canción les hace chillar más fuerte que la anterior. Pero ocurre algo realmente extraño. Jay ya no es él, sino que es realmente EL HOMBRE, y lo necesitan enormemente. Es como estar tendido en una playa, ya sabes, y dejar que las aguas pasen por encima de ti. Y podíamos sentir ese deseo en el aire a nuestro alrededor, macho, allá arriba en el escenario. Jay estaba en la onda como nunca antes le había visto.

Cerramos el espectáculo con Girl Happy, y aquella multitud estaba literalmente fuera de sí cuando Jay se fue del escenario junto con el resto de nosotros. Tommy está allí, entre bastidores, y pasa un brazo en tomo al hombro de Jay y se lo lleva consigo hacia el camerino. Yo podía ver la cabeza de Tommy agitándose arriba y abajo, y podía imaginar aquella pequeña caja registradora haciendo ka-ching de nuevo. Pero Tommy conoce su oficio, ¿no? Sabe cómo llevar a esas gentes hasta un punto donde simplemente explotan, y entonces dejar que Jay salga de nuevo en solitario y toque su solo y los remate.

Miré mi reloj y vi que eran las 10.15. Tiempo suficiente para el bis y luego despejar la sala para la siguiente sesión. Tiempo suficiente.

Entonces cortaron las luces de la sala.

Los aplausos y los gritos eran suficientes como para estremecer todo aquel maldito edificio como si fuera un terremoto. Estaba todo a oscuras y empezaron a encender cerillas y mecheros, y parecían como antorchas o estrellas contra un cielo nocturno. Entonces fue cuando oí el grito.

Vino de detrás, de algún lugar entre bastidores. Eché una mirada de soslayo a Bobby, que estaba a mi lado en la oscuridad. ¿Has oído eso?, le pregunto.
¿Qué?, dice.
Ese grito, digo.
Jesús, dice, todos están gritando.
Detrás de mí alguien siseó que venía Jay. Me volví, y pasó a mi lado muy lentamente, arrastrando los pies. Adelanté una mano para palmearle la espalda, pero algo me detuvo. Y noté un olor.

Era realmente dulce y casi mareante, como cuando entras en una floristería y abres uno de los refrigeradores donde guardan las rosas y los claveles y todo lo demás. Era casi como para tumbarte de espaldas.

Estaba aún oscuro cuando se dirigió hasta el centro del escenario y tomó su guitarra. Tocó los primeros acordes de Love Me Tender, y de repente todo quedó en silencio. Era como si aquel sitio se hubiera convertido en una iglesia.

Entonces empezó a cantar.

Nunca antes había oído a Jay cantar la canción de aquella manera. Normalmente lo hacía muy bien, y por eso siempre le pedían un bis. Pero esta vez era distinto.

Era más que bueno. Era increíble. Era dolor y miedo y soledad y llanto y todas las cosas tristes que hayas sentido en tu vida, o que puedas llegar a imaginar.

Y nadie en todo el lugar era capaz de producir un ruido, excepto él en el escenario. Nadie era capaz de moverse siquiera.

Terminó la canción, y el lugar permaneció en silencio, como una tumba, hasta que él dejó la guitarra y empezó a dirigirse hacia bastidores.

Entonces estallaron en aplausos.

Nosotros estábamos allí aguardándole y animándole, dispuestos a abrazarle y a felicitarle. Pero cuando llegó lo suficientemente cerca y Bobby se adelantó hacia él, algo nos congeló a todos y él pasó caminando por entre nosotros como si fuéramos estatuas. Recorrió toda la parte de atrás del escenario hacia los camerinos, pero no entró en ellos. En vez de ello siguió caminando, a lo largo del oscuro pasillo, hacia la salida de artistas.

Entonces fue como si alguien conectara un interruptor y pudimos movernos de nuevo. Eché a correr tras él y le llamé, pero él iba a unos buenos siete metros por delante de mí cuando alcanzó la puerta. Estaba exactamente debajo de la luz roja que decía «Salida».

Entonces se volvió y me miró, pero sólo por un segundo.

Luego se marchó.

Más tarde me dijeron que me habían encontrado junto a la salida, después de mirar en el camerino y ver lo que quedaba de Jay y de Tommy. Al principio la policía quería arrestarme, pero no necesitaron mucho tiempo para darse cuenta de que yo no podía haberlos matado. Simplemente, era imposible.

En la encuesta, el funcionario del juzgado emitió un informe «oficial» y lo llamó «asesinato-suicidio». Dijo que Jay y Tommy murieron entre las 10.15 y las 10.45. Que debió ser más bien a las 10.45, puesto que algunos testigos afirmaron que Jay no terminó su bis hasta pasadas las 10.30.

Pero yo soy el único que sabe que murieron a las 10.15. Soy el único que puede decirles que no fue Jay quien interpretó aquel último bis.

Pero no lo haré.
 

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