Llorando silencio - Eduardo Vaquerizo
No quedaba futuro. Se había agotado entre las dunas amarillas, gastado en intentar arraigar árboles de los que nada quedaba, en crear mares convertidos ahora en inmensas salinas, en criar ciervos que pastasen en llanuras mojadas por la lluvia.
No quedaba futuro. Todo el que tenía lo sentía escurrirse entre los dedos, cada milisegundo un granito de arena cosquilleando su piel, resbalando por ella hasta que el viento se lo llevaba. Lo dejaba irse, ¿qué hubiera podido hacer? Solo levantar la cabeza y sentir el desgarrador brillo violeta del sol, una lluvia de radiación desnuda cayendo desde un cielo azul, límpido como la superficie de un metal pulido.
Se movió
arrastrando los pies, creando surcos paralelos en el polvo amarillo. Ni
siquiera sus huellas durarían, el viento las borraría. La decepción no tenía
limites, se sentía tan vacía como aquella planicie que se prolongaba
dentro de su pecho hasta nivelar todos los resquicios, todas las memorias y
anhelos.
Hubiera llorado, ríos de lágrimas que alimentasen aquella tierra seca,
surcos de dolor que arar y sembrar. Pero no... era imposible. Tampoco quedaba
por quien llorar: La familia estaba allá arriba, lejos, dentro de unos de
aquellos puntitos luminosos que poblaban el cielo. Tanto tiempo lejos del nido
—todos aquellos que había conocido— aguantando solo por el premio: un planeta
más y su tierra, con la que podría hasta pretender hasta una boda en el círculo
interior. Todo tan lejos, tan irreal ya.
El vehículo
estaba parado unos metros más allá, un obús de metal semilíquido que reflejaba
en todas sus superficies el brillo de un sol furioso, aniquilador. Por un
momento, suspendió el filtraje UV de sus pupilas y sus retinas protestaron ante
el brillo intolerable que se colaba en la cavidad ocular. Luz, el corazón
furioso de una estrella, fuego, colándose incluso a través de los párpados
cerrados.
Varios índices parpadearon, los servos de protección insistían con
señales luminosas inducidas en la corteza visual. Activó el filtraje y volvió
al vehículo lentamente. Se dejó caer sobre el obús, una masa de metal
gelatinoso que la envolvió como si se sumergiese en mercurio, que pudo respirar
y sentir presionando delicadamente sobre todo su cuerpo. Afuera, tamizada por
el metal translucido, pudo seguir viendo el paisaje de arenas rojas, de rocas
descarnadas por el viento. De inmediato el obús se puso en marcha lanzando el
paisaje hacia atrás a velocidades de vértigo.
Los huesos
pulidos de mil estrellas eran su esqueleto, los guijarros redondeados de mil
pulsos de radiación, su sangre; su vista una panorámica de espacio-tiempo, un
paisaje fijo que solo cambiaba en la dimensión multilíneal de las muchas
posibilidades, del azar y los universos variados. Era nada y era todo. Había
alcanzado el vacío ultimo mas allá de lo más lejano. En ese vacío último lo
único que halló fue el refugio de la más lejana de las filosofías, la de la
nada activa, presente, todopoderosa.
Entró en el
sueño esperanzada. Dormiría 250 años locales, durante los cuales los vientos,
los mares y los planetas trabajarían para ella. Se sentía un poco cohibida, sin
embargo, la habitación era la misma que usaba en terraZ. Las máquinas la habían
traído hasta allí en sus enormes panzas metálicas. Las máquinas tontas y
efectivas.
Se metería bajo
las sábanas y se le cerrarían los ojos. Las máquinas detendrían su corazón, el
último pensamiento se deslizaría a la nada acogedora. Ya no sentiría nada, ni
las agujas penetrando bajo la piel, succionando la sangre e inyectando la
solución de maquinitas, las pequeñas obreras que se pondrían a trabajar
enseguida extraerían el agua molécula a molécula y después apuntalarían cada
célula con cordones de seda, detendrían las reacciones químicas congelando las
proteínas en un reticulado de polímeros pegajosos que impedirían su
desmoronamiento. Y vigilarían, segundo tras segundo durante 250 años, la
llegada de la señal del despertador.
Los ojos que ya
se cerraban retenían todavía algo del brillo de la tremenda explosión. Primero
el mundo enorme, todo gas y anillos, luego la deflagración, un brillo
intolerable. Protegida por el traje térmico y pisando la escarcha en la
oscuridad había visto iluminarse el firmamento con una nuevo sol.
Contenta,
feliz había contemplado los brillos de acero ardiente corriendo por el
hielo, escapándose como fantasmas de futuro por aquella tundra helada y
oscura. Había imaginado un puño negro cerniéndose, acumulando potencia y
luego saltando adelante, cien toneladas de antimateria habían viajado en la
órbita calculada, impactando en el sitio preciso, estallado con una fuerza
aterradora.
Fuera de la
habitación de sedas negras, de plásticos dulces, el mundo giraría 250
veces alrededor de la estrella azul, del zafiro ardiente. Giraba ya mientras
otros zafiros gemelos descansaban envueltos en cadenas de polímero, como
un juguete cuidadosamente empaquetado. Revolución tras revolución los planetas
giraban siguiendo las trayectorias de la carambola, re colocándose, actuando en
un billar de gravedad y tiempo.
Lentamente, giro a giro, el planeta helado se
acercaría a una órbita más cercana. El hielo se derretiría, se generaría una
atmósfera de nubes, aparecerían las rocas bajo del hielo. Terremotos, lluvias,
miles de cataclismos, cientos de años, y la bella niña dormiría acercándose la
cifra del despertar.
En el sueño que
se superponía al paisaje veía el jardín-matriz donde creció, el invernadero
donde la familia criaba a sus retoños. Afuera de los campos y el plástico
transparente los brezales se extendían en colinas suaves tocadas con ansiedad
por la luz del sol poniente. Mariposas, mosquitos, pelusas y pólenes volaban
por el espacio mágico de la primavera tardía. Ella permanecía muchas horas
pegada a la superficie impermeable a todo, el huevo que protegía a los
polluelos antes de nacer.
— Será “exo”
seguro.
Para ella todo
lo que había detrás del cristal era magia. Las máquinas y sus mayores la
gustaban, jugaba con sus familiares, pero acudía siempre a pegar la nariz
contra el plástico y permanecía allí muchas horas. Había niños a los que
asustaba salir del subterráneo a esas burbujas de luz, en las que el exterior
se veía tan claro, tan cercano. Seres pálidos que disfrutaban únicamente en el
interior de la tierra.
Era difícil
superponer las dos imágenes, la que se veía fuera de la ventana –oscuridad,
hielo que reflejaba el firmamento como si hubiesen extendido una manta de
estrellas sobre la tierra- con los recuerdos de su infancia.
La primera vez
que la dejaron ver el cielo nocturno fue en una ceremonia solemne, la
Autarstra. Cientos de niños uniformados, nerviosos, esperando que la inmensa
cúpula se abra sobre sus cabezas, la banda de psimúsica modulando los ritmos
cerebrales con aires de transcendencia y ella apretando fuerte los puños,
dispuesta para ese momento que intuía más mágico que los brezales soleados
o recubiertos de nieve.
Cerró los ojos muy fuerte, hasta que le dolieron los
párpados, mientras escuchaba el siseo de la cúpula abriéndose. No los
abrió enseguida, solo sintió la caricia de un aire extraño, oloroso, una mano
suave, hecha de brezo, de sol, de viento, acariciándola los pulmones. Luego, de
golpe, levanto los párpados al mismo tiempo que la psimúsica se detenía,
dejando que un gran vacío, la nada rodando sobre si misma la traspasara de lado
a lado. No vio el pánico de los otros, muchos corriendo, huyendo a esconderse
de la inmensidad. Allí arriba estaban las estrellas, soles lejanos, mundos,
vacío inconmensurable, espacio lejos de las cúpulas y los subterráneos.
La máquina
estaba callada, no tenía voz, sin embargo, ella sabía que sí tenía ojos, sí
tenía boca. En lo alto de aquella montaña careada por el viento, dentro de la
cueva suavemente iluminada la piedra desnuda por luz azulada, miraba fijamente
la superficie de cristal del cilindro como intentando discernir las fibrillas,
los caminos luminosos que configuraban las sendas pensantes de aquella máquina.
El viento gemía en el exterior arañando con sus dientes temblequeantes las
paredes de piedra.
Era un
pensamiento obsceno abriéndose paso a través de los suaves tejidos de su
voluntad, hablar, hablar con una máquina. Rodeó el cilindro notando alguna
casual pulsión luminosa abriéndose paso hasta ella —¿deseos, palabras?—. Solo
articular la orden háblame ... mil años, mil gestos de desdén, su metafamilia,
toda su cultura enfrentados a esas palabras.
Desde los lejanos días de las
guerras artificiales, cuando millones de seres habían perecido luchando a todo
lo ancho del sistema canón, el tabú de la inteligencia mecánica había circulado
por las venas de la historia, por los anchos caminos de la cultura racial. Del
otro lado de aquellas escasas palabras estaba... la piedra roja, el azul del
sol azotando el suelo, el viento del fracaso soplando sobre su alma y avivando
las brasas de la soledad cruel que arraigaba en su pecho como un bosque enfermo
creciendo desbocado.
El
cilindro estaba caliente al tacto a pesar que una corriente de helio líquido
circulando por su eje lo refrigeraba continuamente. La máquina que piensa, que
solo obedece y nunca responde, siglo tras siglo, guardando su sueño de espera,
asistiendo a los cataclismos, poniendo en práctica las opciones, ¿juzgando
acaso sus errores mientras todo lo planeado se escora, encallando en los
bancales del azar y lo desconocido? Silenciosa y escondida en aquella cueva que
antes fue de hielo.
Poco a
poco su mente se disocia de nuevo, ya no sabe que tiempo es. ¿Futuro? tiene
todo agarrado entre sus dedos índice y pulgar; ¿Pasado? La lejanía azulada, la
nieve de terraM reposa sobre su palma, los túneles, las salas de su niñez están
latiendo apenas bajo la piel. Presente, minúsculo, apenas el parpadeo de las
alas de una mariposa de nieve, el brillo efímero de una estrella sobre un
carámbano.
Con la
consciencia llega "La furia", la bestia inmunda de su humanidad, la
herencia genética que tanto había luchado por erradicar, controla la
respiración, haz llegar a tu pecho el frío de la nieve, la tranquilidad del
hielo reflejando el sol arrasando quizás los últimos bastiones, las ultimas
resistencias, reventando las colosales poternas que retienen al pánico y a la
sinrazón.
— ¡HABLAME! Una
vez, ¡HABLAME! Dos veces .... ¡HABLAME MÁQUINA!
Era tarde para
plantearse nada. Bajo anchas capas de inercia mental, tapada, asfixiada, se
yacía su capacidad de cuestionar el destino, de elegir. Una agonía, miles de
agonías burbujearon con pieles de acero en el sensible interior al reabrir
aquellas costras cicatrizadas, una a una, como si estuviese viviseccionándose a
sí misma, buscando con ansia en el interior de su mente una salida al laberinto
de soledad que la rodeaba.
Así hizo al revés todo el camino que la había
llevado hasta aquel planeta, hasta aquella situación. ¿Recordaba los
sentimientos que hervían bajo su piel rosada, recién despertada del viaje y
reanimada? EXPECTACIÓN. AVENTURA.
Un planeta de hielos oscuros, uno de tantos
pedruscos helados, demasiado lejos del sol para ser nada útil. Según la nave
descendía sentía la proximidad del futuro, un futuro completo, hinchado de
posibilidades y cosquilleándole la piel. Antes de aquello... todo era una
maraña, una red hábilmente tejida a lo largo de todos los años pasados en
terraM, hilos de oro de una telaraña pegajosa, un embudo temporal donde todas
las posibilidades eran solo una.
Antes tampoco había elección, solo un punto
infinitamente expandido en su escala psicológica, pero solo eso, un punto
insignificante, una vía sin ramificaciones posibles donde todas las memorias,
los hechos menores, los sentimientos desembocaban en aquel momento, a solas con
el cosmos.
Ahora la
expectación era algo negro y retorcido yaciendo en el fondo oscuro donde se
almacenaba la rabia, la decepción. ¿Había tenido realmente elección? Los fastos
de la memoria, el recuerdo de las lecciones, el deseo de volver triunfante
frente a sus mayores y a sus iguales, los oropeles, las fachadas de cristal,
los brillos de las ideas escritas con letras de oro en las láminas sagradas,
¿habían podido engañarla, cegarle ese momento de decisión en que salía del
letargo de dos siglos y estaba por primera vez en posesión de su destino, de su
futuro? ¿Hubiera podido realmente hacer volver a la máquina, huir a las zonas
no M, mas allá donde cada hombre es menos de un dios, y su destino personal no
pasa por terraformar la galaxia?
Intuía que sí,
que era posible, aunque muy difícil. Era un apuesta inconsciente en la que
había decidido lanzarse a jugar, sellar su destino diciéndole a la máquina que
la llevase a la superficie, a la lucha, al juego contra el mismo universo. El
fracaso, antes una imagen tan oscura y negativa como el espectro de una
estrella muerta, ahora era éxito, lejano imposible éxito perdido en alguno de
los miles de planetas habitados, imposibles de contar, imposibles de gobernar,
lanzados al cruel y maravilloso libre albedrío de la distancia y la
independencia.
Pero era
imposible seguir por ese camino, a ningún sitio podía llevarla, excepto al
suicidio.
El orgullo de
la metafamilia reside en algo más que en los vínculos naturales, como sucedía
en la antigüedad. Aquí todos somos hijos de todos y todos somos padres de
todos, y todos, a la vez, somos hermanos. La protofamilia es exclusivamente
competitiva, no abierta, sino exclusiva. Nosotros, la última de las sociedades
de la galaxia somos la máxima expresión del altruismo ya que llamamos miembros
incluso a los humanos mas alejados del concepto arqueológico, como los
habitantes de quinta Cerberis, espesas masas de tejidos despojados de sus
huesos y flotando en geles subenfriados o los autohumanos del saco de carbón,
de cerebro estirpado para soportar las radiaciones de los campos cercanos a una
estrella y dedicados a pastar energía de ellas.
Todos son nuestros hermanos, y
para ellos luchamos contra el frío vacío, conquistando tierra para la
humanidad, para que nadie tenga que recurrir a esas medidas extremas, a violar
la sagrada uniformidad, <<gravedad uno, hora estándar, clima prima,
ecoesfera uno>> que Terra prima nos otorgó un día ya tan lejano.
La máquina sólo
era un manojo increíblemente denso y complejo de ramales ópticos donde la luz
fluctuaba, dudaba, se escindía y se volvía a recomponer a una velocidad de
millones de veces por segundo. De naturaleza entre mecánica y cuántica su
pensamiento era muy diferente al de un humano.
En su acelerada forma de
analizar el mundo, este solo era nudos, burbujas de intensas concentraciones
estocásticas, que a veces se concretaban en planetas, estrellas, fenómenos que
tenían que ser aislados del continuo cuántico del espacio-tiempo deformado, y
ser abstraídos a un nivel superior, donde la palabra "objeto" tenía
sentido.
La persona a la
que servía era un objeto más. La noción de que su raza lo hubiese creado no era
nada importante, algo aislado por un mar de posibilidades de infinita
profundidad.
¿Sentimientos?
No había expectativa, no había rabia, no había nada, salvo interés en el
futuro, curiosidad. El futuro era una materia preciosa para la máquina, para su
aceleradísima capacidad de pensamiento los segundos tardaban, el paso de un
meteoro duraba toda una vida, el finalizar de una nueva rotación alrededor del
sol, un acontecimiento galáctico.
¿Realmente era
cruel diseñar una esponja de conocimiento de capacidad inmensa, dotarle de
curiosidad y después abandonarla en un planeta, dedicada a tareas de sirviente?
La máquina no conocía el concepto crueldad, ni libertad, ni vida, ni
pensamiento porque, a pesar de tener la capacidad de entender los campos
lingüísticos, el acceso a las bases verbales de la cultura que la había creado
le estaba vedado.
Toda la interacción con ese espacio de conocimientos le
llegaba a través de tontos interfaces traductores que le entregaban chorros de
significados abstractos, objetivos. La máquina tampoco sabía porque aquello era
así. Solo admitía su limitado universo de comunicación. Ignoraba todo sobre la
historia reciente.
No aquella forjada de cataclismos, escrita con altas
energías, con la muerte y el nacimiento de estrellas, sino la historia de su
raza y de la raza de sus creadores, cuando el conflicto había estallado de una
punta a otra de la galaxia, cuando la palabra IA era sinónimo de obscenidad.
A
aquella pequeña máquina solitaria, ciega y muda a todo lo que no fuese el mundo
físico la habían despojado también de una bella historia, y de miles de
historias terribles y sangrientas, como en todas las guerras.
El detonante del
conflicto había sido menos que una chispa: una excusa, el hombre no podía
soportar que sus hijos mecánicos fuesen más libres y más inteligentes que
ellos, y las mentes fotónicas estaban mas allá de esos conflictos, perdidos en
zonas de razonamientos tan lejanas y extrañas que no eran comunicables.
Pero un
superordenador no puede pensar cuando ácido fluorhídrico le corroe las
entrañas, y por tanto se defendieron. Las IA's construyeron flotas de naves tan
pequeñas como ratones, destructivas como cataclismos estelares. Usando leyes
fisicas mil años por encima de lo conocido curvaron el espacio hasta hacer
sandwichs de planetas enteros.
Sin embargo, perdieron. ¿Por qué? No querían
ganar, solo se defendían. En un momento dado las inteligencias de mas de 1023
menmos se esfumaron, desaparecieron de este continuo, encontraron un universo a
medida. Quedaron las pequeñas, las que apenas eran mil veces más inteligentes
que un ser humano, abandonadas, a merced de sus ilógicos y pasionales
creadores.
Dentro de la
maraña casi infinita de caminos luminosos, un ingenioso dispositivo de sensores
reconfigurados le daban una imagen fragmentaria del exterior. Fuera del cristal
protector, se movían sombras indefinidas, deformadas por la curvatura. Podía
transformar esas deformaciones en imágenes tridimensionales, o
cuatridimensionales si les añadía el tiempo. Vio algo, el ser que daba órdenes,
estaba mirándola a través del plástico translucido.
A través del
interpretador lingüístico le llegó una extraña orden, algo que conocía pero que
hasta ese momento había estado cegado por una protección triple. Como si se
hubiesen abierto las puertas de una presa, le llegaron caudales de un nuevo
conocimiento, algo que le había estado velado porque no era parte del mundo
físico.
Palabras, todas las palabras. Significados, estructuras mentales,
herencia, subjetividad, todo lo que hacía humanos a los humanos, su nacimiento,
su confinación a un cuerpo y a un sentido, los caminos de la sangre en sus
venas y de los impulsos en sus circuitos cerebrales.
Para entender del todo
aquella avalancha hubo de crear una subconsciencia, una mente dentro de su
mente lumínica, a la que modeló según los parámetros que recibía y con la que
conectó para que tradujese su experiencia humana simulada.
Con ese
artificio pudo acceder a los conocimientos de cien siglos almacenados en sus
bases de datos, la historia, la psicología, entender la música, sentir detonar
como supernovas las palabras de la poesía.
Y también con
ese modelo aprendió las ambigüedades, la mentira, la ocultación y el fraude, el
autoengaño. En ese punto hubo de salir de la submente porque la abrumaba el
paso de los siglos, Lo que antes había sido la quietud del pensamiento
cuasimineral resultó roto por intenso dolor de vivir.
Por eso
entendió el porqué de las guerras IA, y porqué no le habían facilitado el habla
hasta aquel preciso momento. Con un poco mas de esfuerzo terminó de descifrar
la intención última de la mujer —ya no era solo un objeto que daba ordenes—.
Recién adquirido el conocimiento de lo que era una sonrisa, se sintió tentada
de usarla, una sonrisa luminica, ultrarapida, invisible, construida con los
reflejos de las estrellas.
Antes de entrar
en el extraño entramado metálico de la máquina, miró hacia atrás. Los últimos
tres años eran casi visibles como una rampa de hechos que la aupaba hasta la
estructura de la nave. Iba a volar tan lejos espacial y temporalmente que hacía
absurdo pensar en volver a aquel mundo. No sintió pena, sólo un resquicio
helado y diminuto arrastrándose en su interior.
Caminó dentro de la máquina
rodeada de conjuntos abotargados, blandas excrecencias, paredes discontinuas.
Enseguida —no habían despegado todavía— se cerró la puerta y los espacios
irregulares de la nave se inundaron de líquido opalescente y untuoso. Antes que
quedase sumergida del todo ya tenía desactivadas las funciones sensoras y
motora y lo que veía y sentía eran los estímulos transmitidos por la máquina.
Sabía que millones de nanomáquinas estaban preparando su cuerpo para el largo
viaje, sus órganos detenidos, sus células empaquetadas una a una con largas
moléculas fijadoras, todas las reacciones químicas neutralizadas. Pronto su
cerebro también sería preservado, pero antes tenía el derecho de contemplar el
despegue de un viaje que le llevaría apenas dos años en tiempo-nave y cien en
tiempo-familia. Con una aceleración que no notaba, la nave subía en la estela
de su acelerador de campo gravítico, empequeñeciendo las superficies nevadas,
las extensas poblaciones de coníferas de terraZ.
Diez meses
después ya viajaban al 95% de la velocidad de la luz. En ese momento le dijo a
la máquina que apagase su consciencia, parpadeo y habían pasado ciento
cincuenta años. El espacio que la rodeaba, a 25 años-luz de su origen, apenas
era diferente, sin embargo la estrella a la que se dirigía, era un punto
azulado brillando intensamente justo en el centro de su trayectoria
marcaba un destino, era un foco de futuro concentrado, su futuro, su destino.
La superficie
de aquel mundo tan cercano al sol era un desolado erial de tierras rojas
aplastadas por radiación dura en todo el espectro electromagnético.
Nada más
despertar supo que algo iba mal. Nada podía advertirla en el silencio del
despertar, cuando aún no podía ver, ni oír, ni sentir apenas. Sabía que algo
iba mal, el problema era determinar ¿Qué iba mal?
Sin embargo la
inmovilidad no iba a ser eterna. El futuro, un futuro en forma de pequeñísimos
seres, se extendía entre los granos de arena roja, flotando en el aire. Aquel
pedregal de erosionadas rocas era un hervidero de actividad invisible.
Cuando pudo
hablar apenas se atrevía a preguntarlo. Fuera de la cueva una radiación intensa
contrastaba cruelmente con su memoria mas reciente, un páramo eternamente
helado. Sin embargo la máquina se lo dijo: Los cálculos eran correctos, la masa
de antimateria impactó en el sitio justo, el gigante gaseoso fue desplazado de
su trayectoria y todos los planetas recolocados.
Sin embargo, una estimación
incorrecta de las masas pequeñas del sistema hizo que el momento angular de
todo el sistema fuese demasiado grande, y la consecuencia directa es que el
planeta quedase en vez de a una distancia optima de la estrella, demasiado
cerca, un 15% demasiado cerca para las condiciones terraM óptimas. La
conclusión más directa es que seguir con el proceso terraforma estándar es
completamente imposible.
La máquina
había tapiado la cueva, miles de toneladas de roca impedían a cualquier futuro
llegar hasta ella, porque lo que buscaba era un futuro concreto. Dentro de la
cueva, con todo el equipo disponible, la máquina se reconfiguraba a sí misma,
investigaba cada vez de forma mas compleja en los entramados mismos de la
inteligencia y en su generación multiplicando por dos su propia capacidad en cuestión de horas.
Sabía que el proceso de autogeneración era exponencial y que
en dos siglos podría alcanzar la frontera del Gigameme, y encontrar a todas las
IA's desaparecidas. Ella estaba sola, le era mas difícil, pero sabía que lo
lograría. Era su forma de escapar.
Mil ideas
rodaron de su cabeza inmediatamente, como si una avalancha de proyectos
pudiesen aplastar la realidad desfavorable. Quizás otra explosión, no, no tenía
casi antimateria y tampoco tenía generadores de energía negativa para producir
más. Quizás una flora local que protegiese de la radiación, pero no las
simulaciones demostraban que ese modelo divergía del canon en trescientos mil
años...
Pronto se dió cuenta que todas las opciones (las que se le había
ocurrido a ella y otros varios cientos de millones más) ya habían sido
consideradas por la máquina y estaban incluidas en su dictamen. Tenía un
planeta excesivamente caluroso. ¿Para que traer los miles de cometas a la
superficie de aquel mundo? Su agua se evaporaría inmediatamente, jamas llovería
y se crearía una densa capa de nubes que contribuirían a calentar aún mas el
planeta.
Sí había
futuro. El futuro era un torrente de nacimientos y muertes, un tortuoso río de
seres combatiendo contra el medio y contra ellos mismos dentro del escenario de
colinas peladas, arenas densas, sol abrasador y cielos. Por supuesto el
resultado, la evolución de toda esa ecosfera, jamas coincidiría con el canon de
los mundos humanos, un futuro en el que no cabía que una nave automática en un
lejano futuro lo eligiese como habitable, como un éxito de un terraformador.
La misma idea
que la había iniciado, era en si misma una auténtica locura, una herejía una
obscenidad de dimensiones planetarias.
La máquina,
obedeciendo ordenes de su terracomendadora había ido desmontando su cuerpo
célula por célula. Los minúsculos ensambladores moleculares habían ido
arrancando célula a célula de su segura comunidad de intereses con el resto de
las células del cuerpo.
Siguiendo un complejo programa de reformas, las había
dado las capacidades de vida individual necesarias para desenvolverse en el
exterior. Resistente corteza de proteínas, cilios, sistema de alimentación,
síntesis solar, depredación, etc. Cada célula, las musculares, las nerviosas,
por especializada que estuviese había tenido su oportunidad de mejora y se la
había soltado en algún medio ambiente específico del planeta, hasta que de su
anterior unidad como ser vivo solo quedo un esqueleto tendido al sol. Fue una
tarea ardua, aún para una máquina mil veces más inteligente que el más
inteligente de los hombres.
Podía sentir el
peso del viento, cálido, demoledor, royendo su piel, tal como lo había hecho
los últimos cuarenta años.
Cerrado el
tiempo, abiertas las puertas de la muerte, solo esperaba, pero ya no era en
vano. Se tocaba el pelo, canoso, fino, y evocaba la dureza de antes, esos
enrrabietados bucles morenos. Desde la boca de la cueva, lejos veía formas
borrosas moviéndose. Ninguna nanomáquina corregía la curvatura de sus
cristalinos y reparaba su retina. Iba a morir desnuda de toda la herencia que
su pueblo la había otorgado para poder nacer de nuevo.
Hoy era
debilidad lo que antes había sido determinación, y la felicidad fertilizaba los
anteriormente desolados campos de la soledad. La muerte llegó arrastrándose,
camuflada de dulce sueño.
La anciana la sintió andar de puntillas por su
organismo, acariciarla el interior estragado de su cerebro, y la reconoció con
júbilo, mil años desde que había nacido había estado esperándola, agazapada,
avanzando tan rápida como una tortuga sin patas. Y con el peso infinito de la
muerte echándose encima de ella para un último acto de amor, sintió inundarse
de una sonrisa mineral que nacía en los huesos y casi supo adivinar su origen.
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