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Mostrando entradas de julio, 2025

Terrible, cuando piensa uno en ello - Graham Greene

Cuando el niño me miró y guiñó los ojos desde su cesto de mimbre, depositado en el asiento frente al mío y en algún lugar entre Reading y Slough, me sentí incómodo. Era como si hubiera descubierto mi oculto interés. Es terrible lo poco que cambiamos. Con mucha frecuencia un antiguo conocido, alguien con quien no nos hemos cruzado en cuarenta años, desde que ocupaba un pupitre lleno de cicatrices y manchado de tinta no lejos del nuestro, nos para en la calle con su inoportuna memoria.  Ya de niños llevamos el futuro en nosotros. La ropa no puede cambiarnos, las ropas son el uniforme de nuestro carácter y nuestro carácter cambia tan poco como la forma de la nariz y la expresión de los ojos. En los trenes mi afición ha sido siempre descubrir en los rasgos de un niño al hombre futuro, el que frecuenta los bares, el que vagabundea por las calles, el que asiste a bodas elegantes.  Sólo hay que imaginarlo con la gorra de género o el sombrero de copa gris, el uniforme del triste, aleg...

Venganza - Juan José Hernández

Todas las noches, antes de acostarse, ordena su colección de objetos preciosos: una araña pollito sumergida en formol, un talismán de hueso que tiene la virtud de curar los orzuelos, un mono de chocolate, recuerdo de su último cumpleaños, y la famosa medalla de su tío, que los chicos del barrio envidian: Alfonso XII al Ejército de Filipinas. Valor, Disciplina, Lealtad. Su tío la llevaba de adorno, colgada del llavero, pero él insistió tanto que acabó por regalársela. Con su abuela las cosas son más complicadas. En vano le ha pedido aquella piedra que trajo de la Gruta de la Virgen del Valle, el año de su peregrinación a Catamarca. Durante un tiempo agotó sus recursos de nieto predilecto para conseguirla: se hizo cortar el pelo, aprendió las lecciones de solfeo. Su abuela persistió en la negativa. Ni siquiera pudo conmoverla cuando estuvo enfermo de sarampión y ella se quedaba junto a la cama, leyéndole. Una tarde, mientras bebía jugo de naranja, interrumpió la lectura y volvió a pedirl...

Kitty descubre su poder - Paula Harrison

 Al día siguiente, cuando Kitty se despertó, su madre le estaba apartando el pelo de la cara. Se sorprendió al ver que estaba en el asiento junto al alféizar de la ventana y no en la cama. Entonces recordó todo lo que había pasado la noche anterior. Miró hacia la ventana abierta, pero el gatito ya no estaba allí.  —Buenos días, Kitty —la saludó su madre—. Parece que anoche viviste una aventura.  Kitty miró su traje de superheroína.  —¡Fue increíble! Un gato que se llama Fígaro vino buscándote. Era una emergencia, así que fui a ayudar yo en tu lugar.  —¿Te hago el desayuno y me lo cuentas todo? —dijo su madre.  —¡Ay, sí, por favor! Pero… —Kitty se asomó afuera con la frente arrugada—. ¿Ves por ahí a un gatito anaranjado? Cuando me fui a dormir estaba aquí, en el alféizar.  Apartó la manta, se asomó por la ventana y escuchó con atención. Solo se oían los cantos de los pajaritos y los coches que pasaban por la calle. A Kitty se le cayó el alma a los ...

Una foto - Milia Gayoso

Vestido rojo y botas de lluvia. Cuatro años y mi peso sobre sus rodillas. La foto en blanco y negro debió ser descrita una y otra vez, para que fueran satisfechas mis curiosidades sobre el color de mi indumentaria. Piqué rojo. ¿Qué es piqué, mamá? Seguramente llovió aquel día, por eso también él tenía botas de goma, pero altas y negras que le permitían entrar en el río para acomodar sus canoas. Olvidé preguntar por el color de las mías. ¿Serían las grises? ¿Las celestes? ¿La amarilla y roja? Posiblemente me hayan puesto la amarilla con patos rojos y un par de nubecitas sin color. Los dos sonreíamos. Mi cara redonda como una toronja, y sus ojos verdes que eran puro hechizo. (¿Habrás dejado un rato tu trabajo para venir a mimarme abuelo?) Quizás llovía mucho y no había pasajeros. Me parece oler los buñuelos fritos bajo el galpón del fondo. Puedo verla a ella sentada en su silleta más grande que la mía con infinita paciencia dando vuelta una y otra vez a sus redondas bolitas de harina,...

Unos asesinatos muy reales - Charlaine Harris

Me desperté con una sonrisa. Me llevó un momento recordar por qué, pero al recordarlo la sonrisa se amplió. Se habían terminado los asesinatos. Durante el sueño me había convencido de que Benjamin había confesado porque lo había hecho y deseaba la atención y la infamia al precio que fuese, por mucho que también las hubiese deseado aunque no lo hubiese hecho. Después de todo, había anunciado su candidatura a la alcaldía y eso debió de haberle dado cuerda para rato. Era viernes, no tenía que ir al trabajo esa tarde, Phillip iba a venir y estaba interesada en dos hombres, aunque lo mejor es que ellos también lo estaban en mí. ¿Qué más podía pedir una bibliotecaria de veintiocho años? Me acicalé con mucho cuidado, me divertí con la sombra de ojos y me puse la blusa y la falda más alegres que pude encontrar. Era un conjunto indudablemente primaveral, blanco con flores amarillas, y me dejé el pelo suelto con una cinta amarilla que lo mantenía hacia atrás. Tomé un copioso desayuno, con ...